martes, 21 de mayo de 2013

San Pedro de Rocas


'A la Naturaleza le encanta ocultarse'
[Heráclito]

Poco o nada importa, en este caso, si se guarda un estricto orden cronológico de los lugares visitados, pues, en realidad, todos resultan tan interesantes y personales, que comentar de forma indistinta las impresiones recibidas en cada uno de ellos, no altera para nada el desarrollo final de un viaje eminentemente mágico por el corazón de la provincia. Así al menos, piensa este Caminante, que antes de llegar a las estribaciones de esta gran incógnita que es San Pedro de Rocas, ya tuvo ocasión de visitar, en lo más alto de los montes cercanos, otro de los lugares que, aunque muy transformados y a priori no lo parezca, todavía conserva vestigios de haber sido en el pasado otro de los lugares mistéricos tan abundantes en la comarca: la capela do Virxen do Monte, a la que se accede desde el pueblecito de Teixeira, en el concejo de Nogueira de Ramuin (1).
Por otra parte, bueno es reseñar que Orense es la única provincia de Galicia que no tiene frontera natural con el mar. Sin embargo, resulta ciertamente desconcertante, cuando no sospechoso, comprobar la vocación, o mejor dicho, la intensa atracción que el agua ejerce sobre sus habitantes desde tiempos inmemoriales. Una atracción, que hace que ésta sea una de las provincias donde subsisten, convenientemente cristianizados, también es verdad, innumerables cultos a las aguas, y por consiguiente, a las ninfas y deidades con ellas relacionadas. Lo encontramos en lugares como esta capela do Virxen do Monte; en ciudades de cierta relevancia e interés, como Allariz; en Santa Mariña de Augas Santas, con sus fuentes y su probable ninfeo en aquel extraordinario lugar denominado como forno da santa, y lo volvemos a encontrar también aquí, en San Pedro de Rocas, con la denominada Fonte de San Bieito o Fuente de San Benito, figura fundamental, cuya Regla sustituyó a aquélla otra del misterioso San Fructuoso (2), que al parecer y previsiblemente, como en el caso del cercano mosteiro de Santa Cristina, se practicaba hasta el siglo X cuando menos, una vez hecho acto de presencia en el lugar los hábitos blancos y negros de cistercienses y benedictinos.
Hablar de San Pedro de Rocas, no obstante, supone para el Caminante, hablar de impresiones; o cuando menos, dejarse martirizar por los venenosos aguijones de la duda. Porque no deja de ser una gran verdad, que dudas, apenas te adentras en su entorno y comienzas a preguntarte, en primer lugar, si es real; y si, en este mundo perdido, conjurado a base de espíritu y piedra, de vida y muerte, hubo sitio, en aquéllos nebulosos días del siglo IV, para una comunidad de supuestos cristianos libres -herejes, obviamente, diría Roma, con su inflexible determinación- seguidores de las doctrinas de otro personaje no menos singular que los anteriores y muy vinculado también a esta tierra: Prisciliano. Y aún, todavía, si éstos, como los primitivos cristianos, vestían prendas rudas y se referían a su religión con el nombre -muy apropiado, evidentemente- de el Camino (3).
Un Camino, simbólica y comparativamente hablando, que nos introduce, a través de una inmensa necrópolis excavada en el punto neurálgico o corazón telúrico del lugar, en un mundo sobrenatural, no obstante soberano y palpable, que nos plantea, si somos capaces de cerrar los ojos por un momento para dejar fluir el tacto del espíritu, cuestiones sin duda trascendentales, como el detalle de que todas las tumbas, excepto una, están orientadas hacia el Ocaso; es decir, hacia el Oeste, siguiendo a esa Osa simbólica, plantada en la Vía Láctea, que guía al peregrino hacia Compostela; y aún más allá, por el mismo camino utilizado por los celtas y las demás culturas anteriores a estos, hacia ese Finis Terrae al que han apuntado siempre muchas culturas y civilizaciones y que hizo estremecer de terror incluso a las curtidas legiones romanas cuando pusieron los pies alli por primera vez. Lugar, que en el fondo, debería de hacernos comprender, o inducirnos a pararnos un momento a meditar sobre ese sentido de muerte y renacimientó, afín no sólo a este lugar sino a todas las culturas y pueblos que, independientemente como cómo se planteé en sus ritos y creencias, siempre han dejado abierto un apartado especial para un concepto trascendentemente fundamental: la Renovación. Quizás, por eso, nos muestran, aún desde las voces de su milenario silencio, la dirección de una ruta de rutas: la Ruta Sagrada.
Tal vez, estas mismas reflexiones estuvieran en la mente de aquéllos primeros cristianos y de los monjes que les sucedieron después, mientras excavaban en la dulce matriz de la piedra -según refieren algunas fuentes- aquéllas que serían sus propias sepulturas, su morada con vistas a las estrellas. Y quizás, si de trascendencia hablamos, puede que esas primeras comunidades, esas comunidades despiertas, rindieran también pleitesía a ciertas curiosas figuras del santoral, que no muy lejos de alli, en otro sacrosanto cenobio, como es Santa Cristina de Ribas de Sil, señalen al visitante la necesidad de trascender estos lugares no con la grosera visión de los ojos físicos, aquéllos mismos que reposan en el plato que sujetan las manos de Santa Águeda -una de las figuras a las que hacía referencia-, sino con esa visión interior y clarividente que conecta al individuo con la propia esencia del entorno, haciéndole ser, después de todo, una estrella más en un Camino sin límites: el Camino de la Vía Láctea.



(1) De mis impresiones sobre ella, hablaré en una próxima entrada.
(2) Muy relevante debió ser este personaje, San Fructuoso, incluso después de muerto, pues, como también nos recuerda Rafael Alarcón en su extraordinaria obra La huella de los templarios, Ediciones Robinbook, S.L., 2004, página 145: ',,,en 1102 Gelmírez había organizado el robo de las reliquias de San Fructuoso, depositándolas en la ciudad portuguesa de Braga, para privar al condado de un importante símbolo nacional (ni más ni menos, este añadido es mío), acto consumado que la historia conoce como "el pío latrocinio"'.
(3) Este dato, aunque no se refiere explícitamente a Prisciliano y su denominada herejía, puede localizarse, para quien esté interesado en profundizar más, en el libro de Timothy Freke y Peter Gandy: 'Los misterios de Jesús: el origen oculto de la religión cristiana', Editorial Grijalbo Mondadori, S.A., año 2000, página 105.

Publicado en STEEMIT, el día 27 de marzo de 2018: https://steemit.com/spanish/@juancar347/san-pedro-de-rocas