lunes, 18 de febrero de 2013

Peregrinando por Asturias: de Llanes a Covadonga


'Cae la tarde, lenta y apacible...Se acercan los peregrinos; llegan en grupos de quince, de veinte, de veintedós...Algunos han recorrido muchas leguas de montaña. Son labriegos que dejaron el arado, obreros que dejaron el martillo sobre el banco del taller...Su peregrinación es sacrificio, es molimiento, es dolor...Algunos llegan descalzos y suben de rodillas a la cueva, besan el suelo y hablan a la Virgen...
Después se desparraman y se pierden: las honduras y los montes se los tragan. Pero la interminable caravana continúa llenando los caminos...' (1)

No todos los peregrinos que desembarcaban en Llanes, continuaban hacia Compostela siguiendo la ruta de la costa. Muchos de ellos, sin duda atraídos por la fama del lugar e imitando a los romeros asturianos, como tan vívidamente lo describe aquél gran asturianista que fue Constantino Cabal, encaminaban sus pasos hacia el interior, con la intención de ver, sentir y presentar sus respetos a la Señora, en el que posiblemente sea el Santuario Mayor de la Provincia: Covadonga.
Durante su camino hacia Covadonga, el peregrino tenía la oportunidad de recalar en diferentes lugares situados estratégicamente a lo largo de una ruta señalada por el discurrir alegre, y en algunos tramos indómito, de un río cuya historia está también muy ligada al sentimiento del pueblo astur: el Sella. De tal manera que, dejando atrás Arriondas -población de cierta importancia, en la que podían encontrar asistencia y refugio-, uno de los pueblos que primeramente se encontraban en su trayecto, era el de Las Rozas, pinturescamente asentado sobre una de las curvas de ballesta -parafraseando a don Antonio Machado y su referencia al Duero y San Saturio-, que hace este peculiar río al discurrir por esta población en su imparable camino hacia el mar. A las afueras de Las Rozas, y siguiendo un senderillo que se adentra en el bosque, apenas pasado el puente y a la izquierda, el peregrino podía dar rienda suelta a su imaginación, pensando que, quizás, no fuera casual una ermita dedicada a un extraño santo que muda la piel como la serpiente y simbólicamente incita los conceptos de renovación e inmortalidad: San Bartolomé. Muy modificada con el paso del tiempo, del románico rural de la ermita de San Bartolomé, que posiblemente se remonte al siglo XIII, pocos elementos originales quedan sobre los que especular, a excepción de un par de cabezas empotradas junto al sencillo pórtico de acceso, manteniéndose está a cubierto bajo un porche, desde cuyo lado sur se tiene una magnífica panorámica del río y el pueblo. A través de una abertura de la puerta de madera, se puede tener un pequeño atisbo del interior: una ermita austera, en cuyo altar una figura, es de suponer que del santo titular, recuerda, por su aspecto, a esos venerables ancianos a los que los celtas veneraban por sus conocimientos y sabiduría: los druidas. A unos metros de la ermita, y prácticamente cubierta por la hiedra y la vegetación salvaje, hay una antigua casona, que quizás fuera un viejo molino. El sendero, remodelado con tablones de madera que conforman un pequeño embarcadero, desciende hacia la orilla del río. Un río éste, el Sella, que adquiere en este punto una increíble tonalidad azul al ser acariciadas sus aguas por los rayos del sol.
La siguiente población en interés, y punto de destino, qué duda cabe, de viajeros y peregrinos, se localiza algunos kilómetros más adelante, muy cerca de Cangas de Onís, la antigua capital del Reino de Asturias: Villanueva de Cangas. Hoy día reconvertido en Parador Nacional, el de San Pedro fue uno de los monasterios más importantes y más espectaculares en su ejecución y sus detalles, del Reino de Asturias. Mejor dicho, de los casi cien monasterios que hubo en tiempos. Del antiquísimo cenobio, aún sobrevive la iglesia, románica de pura cepa y con una belleza tan sorprendente, como sorprendentes son, así mismo, los símbolos que muestra, artísticamente esculpidos en la piedra. En su portada, una de las más interesantes del románico peninsular, la tradición popular ve, en los capiteles relativos a la partida del caballero, la histórica sesión de caza en la que el rey Fabila fue muerto por un oso. Curiosamente, en lugar del oso, junto a las escenas de la partida y el beso románico más apasionado que conozco, aparece uno de los más terroríficos seres de la mitología de todos los tiempos, y en particular, de la astur: el terrible cuélebre. Desconcertante es, también, cierto capitel de los absidiolos de la cabecera, que muestra un extraño objeto que a todo el que lo ve le parece lo mismo: la rueda de un tractor. Y no es moderno, sino original, como el resto. Merece la pena intentar acceder al interior de la iglesia, pues los motivos y escenas de los capiteles de su interior, son sumamente interesantes y de una excelente calidad.
A menos de uno o dos kilómetros, la antigua Cangas, la ciudad donde Pelayo estableció la Corte, acoge a visitantes y peregrinos con calor festivo. Enclavada a orillas del Sella, es famosa por el gran interés y el turismo que despliega todos los veranos en su tradicional descenso del Sella, acontecimiento lúdico-deportivo más conocido como le fieste de les Piraues. Independientemente de los numerosos atractivos que tiene este pinturesca y encantadora ciudad, cabe mencionar la imponente prestancia de su formidable puente medieval, de cuyo ojo principal cuelga con orgullo la Cruz de la Victoria, y la histórica ermita de la Santa Cruz. Construída encima de un antiquisimo dolmen, cuenta la tradición, que aquí fue enterrado el rey Fabila, aunque no hay evidencia histórica de ello. De hecho, tampoco la ermita es la original, ya que ésta fue volada durante la Guerra Civil y curiosamente, lo único que sobrevivió fue precisamente el dolmen. Éste se puede ver, y aunque se realizaron numerosos estudios, encontrándose diversos objetos, no apareció cadáver o huesos humanos que pudieran corroborar la historia. Algunos arqueólogos, opinan que los restos humanos fueron llevados por corrientes subterráneas de agua. En fin, para los románticos, el enigma continúa. Merece la pena darse una vuelta por esta ermita de la Santa Cruz y después, siguiendo esa misma calle, perderse entre las terrazas y deleitarse bebiendo tranquilamente una ambrosía de la tierra: la sidrina.
Por último -dejadas atrás poblaciones como Cardes, con su espectacular Cueva del Buxu- es de suponer que caminar por el entorno de Covadonga, ha de parecerle al peregrino lo más parecido a haber descubierto un pedacito de cielo en la tierra. Y es que, como dice la coplilla refiriéndose a la Santina, no hay pintor del cielo que la pintara. La majestuosidad del Monte Auseba, la Cueva-Santuario, los bosques, los riachuelos, las praderas vestidas eternamente con el color de las esmeraldas, las brumas....han de parecerla, cuando menos, irreales. Y en medio de todo esto, sin perder de vista la Cueva de la Patrona -custodiada por dos simbólicos leones- la basílica. Una basílica que apunta hacia el cielo con sus espectaculares agujas y que en origen fue diseñada por un asceta de origen alemán y corazón astur, llamado Roberto Frassinelli: el alemán de Corao.
No está en el camino, desde luego, y la ascensión andando es un auténtico Vía Crucis, pero si algún peregrino no se arredra y tampoco le preocupa vivir prisionera de ese maldito concepto que conlleva el Tiempo y su maléfica disposición, una subida a los Lagos le proporcionará una de las mayores experiencias de su vida. 


 
(1) Constantino Cabal: 'Covadonga', GEA, Grupo Editorial Asturiano, Oviedo, 1990, página 23.