'Si yo hubiera sabido lo que era esto, no hubiera permitido que se llegase a lo antiguo, porque facéis lo que hay en otras muchas partes y habéis desfecho lo que era único...'.
[Obispo fray Juan de Toledo]
Como no podía ser menos, mi persecución del Duende comenzó a tomar un cariz implacable la primera vez que visité la Mezquita. No obstante, mi llegada a Córdoba la noche anterior, me tenía aún anonadado, pues ya camino del hotel, pude presentir parte del sortilegio inmemorial que envolvía a ésta ciudad, protegida -según la leyenda- por el mismisimo arcángel Rafael. No en vano, fue uno de los pilares fundamentales de aquél esplendoroso Al-Andalus que sorprendiera al mundo con pensadores de la talla de Averroes; médicos como Maimónides o geniales físicos, como Al-Gafequi y desde 1236 en que fuera conquistada por las tropas cristianas del rey Fernando III el Santo, puntal, también, del denominado Camino Mozárabe de Santiago. Casualmente, el hotel donde me alojaba, llevaba el nombre del genial médico -Maimónides- y entre los ilustres huéspedes que habían pasado por él, estaba el misterioso caballero Pelargonium.
De éste, todo cuanto se pueda decir pertenece, única y exclusivamente, a ese universo, paralelo y envuelto siempre en las brumas inciertas de la leyenda, por el que desfilaron singulares personajes -como Cagliostro y el conde de Saint Germain- que burlaron incluso a la Historia. Al menos, según se rumorea. A mi modo de ver, Pelargonium, como aquéllos, y también como el Duende que ronda Córdoba, pertenece al mundo de la inmortalidad.
[En preparación]
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