lunes, 28 de diciembre de 2009

El Duende estuvo aquí: el Palacio de Viana

'Habitábamos en Gante, en el Ham, una casa grande y antigua, tan grande que yo estaba convencido de poder extraviarme en ella en el transcurso de mis desobedientes incursiones a los pisos superiores. Hoy existe aún; pero sobre ella pesan el silencio y el polvo del olvido, ya que no hay nadie que quiera habitarla con cariño...'.
[Jean Ray: 'La mano de Goetz von Berlichingen']

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miércoles, 23 de diciembre de 2009

El Duende y la Calleja de las Flores

'Érase de un marinero
que hizo un jardín junto al mar,
y se metió a jardinero.
Estaba el jardín en flor,
y el jardinero se fue
por esos mares de Dios..'.
[Antonio Machado: 'Parábolas']
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lunes, 21 de diciembre de 2009

La Torre de la Calahorra

'Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo'.
[Jorge Luis Borges: 'Ulrica']
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- En preparación


jueves, 17 de diciembre de 2009

El Duende, el Caballero Pelargonium y la Mezquita

'Si yo hubiera sabido lo que era esto, no hubiera permitido que se llegase a lo antiguo, porque facéis lo que hay en otras muchas partes y habéis desfecho lo que era único...'.
[Obispo fray Juan de Toledo]
Como no podía ser menos, mi persecución del Duende comenzó a tomar un cariz implacable la primera vez que visité la Mezquita. No obstante, mi llegada a Córdoba la noche anterior, me tenía aún anonadado, pues ya camino del hotel, pude presentir parte del sortilegio inmemorial que envolvía a ésta ciudad, protegida -según la leyenda- por el mismisimo arcángel Rafael. No en vano, fue uno de los pilares fundamentales de aquél esplendoroso Al-Andalus que sorprendiera al mundo con pensadores de la talla de Averroes; médicos como Maimónides o geniales físicos, como Al-Gafequi y desde 1236 en que fuera conquistada por las tropas cristianas del rey Fernando III el Santo, puntal, también, del denominado Camino Mozárabe de Santiago. Casualmente, el hotel donde me alojaba, llevaba el nombre del genial médico -Maimónides- y entre los ilustres huéspedes que habían pasado por él, estaba el misterioso caballero Pelargonium.
De éste, todo cuanto se pueda decir pertenece, única y exclusivamente, a ese universo, paralelo y envuelto siempre en las brumas inciertas de la leyenda, por el que desfilaron singulares personajes -como Cagliostro y el conde de Saint Germain- que burlaron incluso a la Historia. Al menos, según se rumorea. A mi modo de ver, Pelargonium, como aquéllos, y también como el Duende que ronda Córdoba, pertenece al mundo de la inmortalidad.
[En preparación]

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lunes, 14 de diciembre de 2009

Buscando el Duende de Córdoba



Lo soñé a primeros de diciembre, aprovechando ese incierto momento en el que las ovejitas, por alguna extraña razón que se me escapa, se negaban a salir del redil, haciendo imposible el recuento. Sin cascabeles que atrajeran a los ángeles del sueño, atisbé un momento por la ventana, observando a una coqueta Selene en inolvidable plenitud, completamente llena, satisfecha y dispuesta a seducir a cualquier soñador que se atreviera a posar sus ojos en ella. Sortilegio o no, créanme, me pareció percibir una sombra brujesca deslizándose sigilosamente en su escoba por encima del tejado del bloque de la casa de enfrente, un armatoste de viviendas de protección oficial, dicho sea de paso, de dos pisos y renta antigua, situadas en el punto de mira de especulativos proyectos urbanísticos paralizados momentáneamente por la crisis del ladrillo. No obstante, fue, sin duda, una visión frugal: como la cena, a la que he de mantener al margen de este asunto, de manera que si me apuran en buscar un reo al que inculpar -o humanamente hablando, cargar con el muerto- debería hacerlo, posiblemente, achacándole el delito a ese imaginario y enigmático cuerno de marfil, a través del que los antiguos griegos suponían que los Dioses mandaban a los humanos todo tipo de vivencias e ilusiones, con los que premiarles o castigarles en virtud de sus actos y merecimientos cotidianos.

En mi sueño, recuerdo que llegaba a casa poco más o menos que a la hora de comer. Era un día festivo del mes de octubre, en el que por alguna mediática razón que no acierto a comprender, salvo que recurra a la incertidumbre profética que vaticina un cambio climático terriblemente devastador, el otoño, disfrazado de veranillo de San Martín, se negaba a mostrar su faceta más exhibicionista y procaz, permitiendo que el sol nos engañara, haciéndonos pensar que estábamos inmersos en un estío apararentemente sin fin. A esas alturas de mes, como digo, en mi sueño observaba que las hojas de los árboles, aún a pesar de ir adquiriendo progresivamente los tonos dorados de las burbujas de cava, que parece que nacen y mueren con más ímpetu en Navidad, rechazaban el primigenio honor de hacer de alfombra para las aceras, aunque en los grandes parques de Madrid -como el del Capricho de la marquesa de Osuna- las ardillas, sin duda más cautas y previsoras que las indolentes cigarras, aprovechaban su agilidad para desplazarse a toda velocidad por las autopistas arbóreas, llevando alimentos a su despensa, previendo, es de suponer que por instinto, un largo y difícil invierno.

El teléfono móvil, pues, sonó aún antes de que tuviera tiempo siquiera de quitarme la chaqueta y según incierta costumbre, convertida en pésimo hábito adquirido después de mi gris e intranscendente periodo como soldadito español, la dejara caer como un fardo encima de la cama.

- Hola, Caminante, -dijo una voz familiar, que inmediatamente identifiqué como la de mi amigo Malvís.

Incluso soñando, no pude evitar pensar que cuando Malvís abandona la Fraga, la aventura pinta, cuando menos, en oros.

En efecto, asi era. Cuál tentador Mefistófeles, la voz segura, abogada y ligeramente aventada por ese impetuoso levante que suele cortejar, cuál enamorado trovador, a la coqueta Alcazaba almeriense, me hechizaba con proposiciones fantásticas, evocándome la antigua, incombustible magia de Al-Andalus. Creo que pronunció la palabra Córdoba; y no obstante, por alguna razón inexplicable que no conseguía comprender ni siquiera al despertar, en mi sueño se coló, sigilosa y enigmática como la Esfinge, la palabra Duende.

Curiosamente, también, recuerdo que desperté en el preciso momento en el que Malvís me abrazaba telefónicamente y colgaba a continuación la comunicación. Algún tiempo después, supongo que de una manera paracientífica, cuando no premonitoria, me encontré viajando hacia Córdoba en compañía del Maestro Alkaest y la Señá Polvorilla, aunque bien es cierto, que en mi mente sólo anhelaba una cosa: encontrarme cara a cara con su Duende.

Si lo encontré o no, habréis de juzgarlo vosotros mismos en el futuro.


martes, 1 de diciembre de 2009

Lugares Mágicos de Madrid: la enigmática tumba piramidal de Fray Arsenio



'Sólo recordamos aquello que nunca sucedió...'
[Carlos Ruiz Zafón]

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