sábado, 4 de julio de 2015

Fuentes, las aguas del Paganismo


Decía Campoamor, refiriéndose a esas peculiares ninfas de las aguas, que son las maravillosas y encantadoras xanas asturianas -donas d'aigua en la vecina Galicia-, aquello de ¡ay del que va en el mundo a alguna parte y se encuentra a una rubia en el camino!. Y es que el Camino -sígase o no en dirección a los principales santuarios de la cristiandad, cuyos itinerarios Coello comparaba, según fuera el tipo de iniciación pretendida por el neófito caminante, con los distintos palos de la baraja: oros, copas, espadas y bastos-, ha sido siempre, es y continuará siendo, el mejor escenario en el que darse de bruces con los encuentros más extraños, con las casualidades más casuales o cuando menos, el vehículo más apropiado para recalar en esos pequeños microversos tradicionales que formaban parte de unas creencias tan arraigadas en los pueblos y culturas que nos precedieron, los cuales, reconvertidos en símbolos, ritos, mitos...y modas, han acompañado siempre a la humanidad en la más fabulosa de sus aventuras: la de vivir. Pero hablar de aventura, de caminos, de mitos, de símbolos y de creencias no se reduce únicamente a aquéllas experiencias foráneas al entorno en el que habitualmente vivimos y nos desenvolvemos. Por el contrario, no es difícil tropezarse continuamente con ellos en nuestra vida cotidiana, sobre todo si tenemos la suerte -o la desgracia, según se mire, que en el fondo se suele añorar cualquier sitio menos en el que se vive-, de vivir en una gran urbe. Dioses y Diosas de los panteones precristianos, que vigilan continuamente ese trabajosa locura en la que nos desenvolvemos, acostumbrados a mirar sin verlos, ingrávidos y regios en sus divinas monturas, como Cibeles y Neptuno; o la Osa, elevadas sus patas delanteras sobre el madroño, que posiblemente sea la misma que busca el peregrino en los cielos y que le indica el camino de Compostela, que revive en el escudo y en el km 0 de Madrid, la vieja historia de aquélla otra que, golosa, intentaba en vano acceder al panal que se ocultaba dentro de la boca del león desquijado por Sansón. Pero de entre todos estos restos de sabias y antiguas sabidurías, sobresalgan, sobre todo en las épocas de estío, aquellas pequeñas deidades que coronan, viven y protegen las fuentes: esas xanas o donas d'aigua a las que nos referíamos al principio, eternas en su piel de blanco mármol cuya canción, acompañada por el sonido titilante del agua al deslizarse en caída libre a través de los grifos, siempre nos atrae y nos recuerda, queramos o no reconocerlo, que nunca murieron del todo; que los sanmartines dumienses no consiguieron erradicar su recuerdo y que estando ahí, luciendo su misteriosa hermosura a través de los años no puede, sino, hacerme pensar, no obstante y a pesar de todo, en el triunfo final del paganismo.