sábado, 19 de enero de 2013

Caminos de Asturias: Villaviciosa



Cae la tarde en Villaviciosa y en el aire cálido de principios de septiembre, se entremezclan olores a salitre y campo, a fruta y bosque que se mezclan con el impenitente hedor a carburante quemado que emana de los tubos de escape de los coches que vienen y van alrededor de su histórico casco urbano. Las terrazas todavía están desiertas, cuando el Perquisitore da por concluída su búsqueda, y dejándose llevar por el cansancio de una larga jornada, se sienta en una mesa frente al antiguo Teatro Riera, actualmente reconvertido en Oficina de Información y Turismo. Aparte de una carretera empedrada por la que ocasional y desagradablemente circula algún vehículo, tan sólo un sencillo pero entrañable monumento se interpone entre su visión y las puertas acristaladas de la Oficina de Información y Turismo, que suelen estar más tiempo cerradas que informando al público. En lo más alto del monxoi pedestal, la cerillera mueve con garbo sus caderas marineras sin separarse de su cesta, mientras los gaiteros, algo más abajo, simulan entonar una melodía mágica, especial para espantar cuélebres. Vista así, con la cabeza ligeramente ladeada hacia un cielo que parece añorar la llegada del encabritado Nuberu por la parte del Cantábrico, la violetera parece guiñar un ojo a una luna que no tardará en aparecer. Sus labios parecen simular una sonrisa pícara y quizás piense en el mancebo que conseguirá la flor del agua en la noche de San Juan y la liberará de su hechizo. Pero tendrá que ser dentro de un año. Algo que no significa nada para hechizos y cuentos. En el fondo, piensa el Perquisitore mientras el dorado líquido de la cerveza mitiga su sed, deslizándose con suavidad por la garganta, todo en la vida son recuerdos de hechizo y cuento. Si no fuera así, no permanecerían tan vivos en el corazón, ni habría necesidad, tampoco, de consignarlos en un cuaderno de notas y darlos a conocer.
Algo más abajo, los sillares románicos de la iglesia de Santa María de la Oliva ofrecen un curioso color sanguino, al ser alcanzados por los rayos de un sol que ya comienza a bostezar, perdiéndose lentamente en dirección a la Ría. Por encima de la espadaña, algunas gaviotas de plumaje blanquinegro, cuál ánimas de antiguos monjes-guerreros, evolucionan con elegancia, como si quisieran rendir pleitesía a la imagen pétrea de la Virgen, que corona un pórtico bellamente adornado. Entre ésta y la espadaña, un rosetón apunta maneras góticas en su sencillez cisterciense, y a veces su cristal parpadea como un guiño, al ser acariciado por algún rayo de sol. El Perquisitore saca su cuaderno y su pluma, y comienza a escribir, no sin antes pedir una nueva cerveza. A través de los trazos, recuerda su paseo por el lugar, los balcones adornados con banderas de España y de Asturias en honor a la festividad de la Virgen; los escudos, cuyos símbolos y linajes hablan de Historia y Antigüedad, y donde no es raro encontrarse arquetipos trascendentes como hombres salvajes con corderos atados con cadenas a uno y otro lado de una torre -que cada uno saque sus conclusiones-, calderos celtas, águilas, soles, ajedrezados, lises francas, flores de cinco pétalos, leones portaestandartes...Algún día, continúa anotando, tendrá que hacer un estudio del ancestral simbolismo contenido en la heráldica astur. Recuerda, el eco de sus pasos por el antiguo empedrado. Y la calle del Agua, en una de cuyas casonas, nació, en 1796, Don José Caveda y Nava, íntegro republico y sabio académico. O aquélla otra, de más abajo, actualmente en rehabilitación, donde pernoctó cuatro días, del 19 al 23 de septiembre de 1517, el emperador Carlos I de España y V de Alemania cuando, como muy bien dice el cartel, por primera vez pisó tierra española en Villaviciosa, cuando una tormenta lo hizo desembarcar, precisamente, en el pinturesco pueblecito de Tazones. Incluso apunta en su cuaderno: en esta tienda, el Perquisitore se detuvo a comprar recuerdos, y entre ellos, un disco de Xuaco Amieva, en cuya portada un asturiano con traje tradicional y una vara de avellano se enfrenta al temible Cuélebre. Después, mientras su mente desmenuza la ruta peregrina que le ha llevado de templo en templo de una parte a otra de la Ría, recuerda a un amigo. Cierra el cuaderno de notas y apurando de un trago el resto de la cerveza, marca un número desde su teléfono móvil:
- ¿Por dónde andas, Caminante?. Jolín, ahora mismo estaba pensando en ti...
El Perquisitore/Caminante se explaya. Y lo hace, porque se siente bien, se siente en paz, y esa conexión, esa coincidencia de recuerdos con un amigo, le hace pensar que después de todo, existe una conexión universal que no entiende de distancias ni de fronteras: la de la Amistad.
Cae la noche cuando retorna, a través de la Autovía de Santander a su hotel en Granda, concejo de Siero. Después de ducharse y cenar, retorna a su habitación y antes de acostarse, vuelve a abrir su cuaderno de notas: Peregrinando por Villaviciosa y su entorno. Pero esto es otra historia que verá la luz en breve.