Seguramente, después de pasar por Jaca, se deje caer por el pueblecito de Santa Cruz de la Serós donde, una vez efectuada la correspondiente visita a la ermita de San Caprasio -humilde, solitaria y de reminiscencias mudéjares- se detenga unos minutos en el pórtico de esa maravillosa obra de arte románica, que es la iglesia que sobrevive a lo que en tiempos constituyera un importante cenobio femenino: Santa María.
Allí leerá atentamente la inscripción que se recoge en el crismón -Yo soy la Puerta fácil, entrad en mi, fieles. Yo soy la Fuente de la Vida, tened sed de mi más que de vinos, todos los que entréis en este templo bienaventurado de la Virgen- y después de orar y meditar, se encaminará despacio hacia la carretera que, aproxidamente media docena de kilómetros más allá, le llevará directamente hasta un lugar místico y mágico, construído al abrigo de la roca: el monasterio de San Juan de la Peña.
En la capilla de la iglesia, antes de visitar el claustro y dejarse llevar por el mensaje de sus capiteles, se arrodillará frente a esa reproducción del Grial, recordando, emocionado, que se encuentra en el que sea, probablemente, uno de los lugares más santos que han pisado sus pies.
Una vez en tierras navarras, no dejará de visitar, bajo ningún concepto, el monasterio de Santa María de Leyre. Antes de acceder a su sagrado recinto y atravesar el pórtico de su Puerta Especiosa, apreciará la inconmensurable belleza del entorno que le rodea; el paisaje shambhálico del atardecer, con sus cielos mostrando una espectacular gama cromática de violetas y rosados que le recordarán los atardeceres de otro mundo; quizás ese otro mundo en el que durmió su sueño el abad Virila o aquellos otros paisajes del Asia Central, donde Nicolás Roerich oyó a los lamas hablar del Rey del Mundo.
Antes de llegar a Puente la Reina, se desviará de la ruta, por ser de obligada visita, y encaminará sus pasos hacia la ermita de Santa María de Eunate, que algunos creen fue de templarios y otros de una cofradía de sepulcristas, y dará las tres vueltas de rigor alrededor de su planta octogonal, deteniéndose algún tiempo a meditar debajo de la estrella de ocho puntas de su bóveda.
En Puente la Reina, etapa obligada, es de rigor y cortesía la visita a la iglesia del Crucifijo, donde el Cristo crucificado sobre un madero con forma de pata de oca le dejará, aparte de maravillado, singularmente intrigado. Conocerá, seguro, la historia que cuenta que fue donado por unos peregrinos alemanes, en agradecimiento a las atenciones recibidas.
Siguiendo la Calle Mayor, y antes de llegar al famoso y emblemático Puente de los Peregrinos -que en su momento cruzará con entusiasmo- se detendrá, también, en la iglesia de Santiago. Allí, aparte de la figura de Santiago Peregrino, se encontrará con una imagen blanca de la Virgen de Soterraña, que le hará recordar la talla original, negra, que se conserva en el monasterio-convento que lleva su nombre, ubicado en la población segoviana de Santa María la Real de Nieva.
Sin duda, se sentirá decepcionado en Estella, al encontrarse la espectacular iglesia de San Pedro de la Rúa en obras y totalmente cubierta de andamios. Pero allí, una vez repuestas las fuerzas con una jugosa comida, podrá resarcirse en el cercano monasterio de Irache, e incluso tendrá ocasión de saborear un agradable y excelente trago de vino de la Fuente del Peregrino, con el que afrontar la última etapa del camino mostrado en el presente vídeo, que termina en la población de Torres del Río.
Si hay una región en la que con mayor persistencia han sobrevivido numerosos mitos y referencias al Santo Grial, es, sin duda, la zona norte de Burgos, las denominadas Merindades.
Lugares como San Lorenzo de Vallejo, Santa María de Siones, San Pantaleón de Losa, La Cerca o San Pedro de Tejada, entre otros, fueron en el pasado y continúan siendo en el presente, paso obligado de peregrinos, bien procedentes de los puertos cántabros de Santoña o Castro Urdiales, bien procedentes de la árida meseta castellana.
Parte de la culpa de esta fama griálica, la tienen los canteros medievales; precisamente aquéllos que, en Santa María de Siones, dejaron crípticos mensajes en sus capiteles, seguramente sin sospechar que en el futuro, otros hombres interpretarían acertada o equivocadamente tales mensajes.
Camino de Reconquista
No deja de ser peculiar, que en estos caminos del Norte, siempre se tiene la sensación de que cualquier cosa es posible. Montañas, bosques frondosos, nieblas eternas, fuentes y ríos reciben al peregrino cargadas con la idiosincracia de tradiciones de milenaria arraigambre entre las gentes del lugar. No es de extrañar, pues, que con tales paradigmas, el peregrino que recorre esos caminos presienta, con ciertos visos de realidad, la presencia de toda clase de mitos, de claves y de seres fantásticos que, si bien ocultos en apariencia, se muestran con mayor o menor esplendor en las frías superficies, por ejemplo, de las piedras labradas que decoran sus templos más emblemáticos.
Templos que conjugan diferentes periodos históricos y artísticos, fieles a determinadas creencias y tradiciones, pero que, por otra parte, coinciden en cuanto a la conciencia sagrada del lugar, elevándose muchos de ellos en sitios que otros hombres, otras civilizaciones anteriores ya habían sacralizado miles de años antes.
Apolo, Marte, Júpiter, Molock, Beltane, Cernunnos...restos de esa múltiple conciencia divina, universalizada posteriormente en el concepto unitario de Dios, ya preconizado en algunas grandes culturas de la Antigüedad, como la egipcia. Celtas, griegos, romanos, cartagineses, fenicios, visigodos, judíos, árabes...pueblos todos que hollaron estos parajes, dejando numerosas huellas de su presencia.
Por eso, al peregrino no le extraña encontrarse con una estrella de David -también conocida como Sello de Salomón- en templos cristianos como el de Santa María de la Oliva, en Villaviciosa, e incluso creer entrever parte de la clave de su presencia cuando, echando un vistazo más atento, descubra numerosas cruces patadas.
Dos kilómetros más allá de Villaviciosa, en la pequeña población de Amandi, la formidable iglesia de San Juan, tampoco le dejará indiferente, e incluso creerá entrever huellas de esos frates-milites instalados a lo largo y ancho del Camino, en una pequeña pila bautismal situada en los capiteles de la derecha del pórtico principal e incluso en algún canecillo del ábside.
En su caminar hacia el conventín -San Salvador de Valdedios- no dejará pasar la oportunidad de recalar en Lugás -Llugás, como gustan decir los asturianos- y rendir homenaje a Santa María, en la iglesia que lleva su nombre.