Sí es cierto, no obstante, que junto a este pequeño rincón de vivos colores, perdido en las cercanías de Aguilar de Campóo, hay una preciosa iglesia románica -la de Santa Marina- que sí aparece en las guías. Y aparece, todo hay que decirlo, con total justicia y merecimiento, pues se trata de un soberbio ejemplo de románico palentino -permítaseme el término- que bien merece ser visto y estudiado. Pero eso forma parte de otra historia, así como también el pueblecito, tranquilo y resguardado sobre sí mismo, que la alberga: Vallespinoso de Aguilar.
Un pequeño rincón -fuera de las guías oficiales, como digo- en el que se conjuga la magia del color que conforman amapolas y girasoles por un lado, y el dorado vital de los trigales, por el otro. El arroyo de aguas cristalinas, que se desliza campo abajo, con algún que otro cardo instalado en su ribera y una formación rocosa al fondo, en forma de presa que, cuál muralla mandarina, le da protección y cobijo.
En definitiva, un diminuto shangri-lá, perdido en una tierra cuya Historia, y a golpes de paciencia y azadón, tiene aún muchas cosas que contar.