No me preguntéis por qué, pero siempre que pongo los pies en un antiguo, milenario monasterio cisterciense, siento un extraña sensación. Una sensación que me induce a pensar que no estoy solo, y que otros pasos se funden con mis pasos y una sombra, alargada, misteriosa, pero en modo alguno siniestra, se pega a mi sombra de similar manera a como lo hace la lapa sobre las rocas de la playa o en las dársenas de los puertos.
La sombra a la que me refiero, de antiguo linaje y fantásticas referencias, se remonta al año 1118, cuando menos, y los pasos de los caballeros que nacieron para la Historia en aquélla fecha y sorprendieron al mundo en los siglos posteriores, aún resuenan en los edificios que un día los albergaron. Me refiero, como habréis podido suponer, a los Pauperes Frater Milites Salomonis Templi o pobres caballeros del Templo de Salomón.
Lejos de considerarlos una obsesión, comienzo a pensar en ellos como en un ardid con el que me sorprende el destino, sin importar el lugar en el que me encuentre y qué sea, en realidad, lo que esté buscando.
Juro que en mi pensamiento no sobresalía recuerdo alguno del Temple cuando decidí emprender este segundo viaje a Asturias y recalar en la belleza y las maravillas de la tierra de Villaviciosa. O, mejor dicho, para situarnos en ambiente: de la Comarca de la Sidra. Es más, de haberlo sabido, hubiera incluido entre las guías que viajaban conmigo en la bolsa, al lado de los equipos fotográficos y el cuaderno de notas, el libro de un gran amigo y especialista en la materia -Xavier Musquera- que seguramente hubiera variado, y mucho, mis andanzas por tan inolvidables lugares: 'La espada y la Cruz'; o lo que es lo mismo, respetando la reedición que tengo en casa, 'La aventura de los templarios en España'.
Pero sin adelantar acontecimientos, y en un intento de situarnos, no puedo por menos que decir que un lugar de tanta belleza y de sacrosanta esencia, como es el Valle de Boides, que se encuentra apenas situado a ocho kilómetros de distancia del casco urbano de Villaviciosa, en una ruta histórico-cultural que recomiendo encarecidamente, pues aquellos que se decidan a seguirla, podrán deleitarse, entre otras maravillas, con auténticas joyas prerrománicas, románicas y románico-góticas, como pueden ser, por ejemplo, Santa María de la Oliva, San Juan de Amandi, Santa María de Lugás, San Andrés de Valdebárcena, y por supuesto, junto al monasterio cisterciense de Santa María, con el que comparte valle y prado, San Salvador de Valdediós, conocido popularmente como el Conventín.
Cistercienses y Templarios, dos órdenes hermanas y un nexo común: San Bernardo de Claraval. No resulta estraño, pues, encontrar en el monasterio numerosas referencias a la vida, obra y milagros de éste.