lunes, 29 de noviembre de 2010

Encuentros con el Misterio

Habiendo comentado, posiblemente de una manera bastante somera, un acercamiento al mundo de lo Extraño, como son las celebérrimas caras de Bélmez, no podía dejar pasar la oportunidad de hablar de aquéllas otras circunstancias, rayanas en la irrealidad, que se producen cuando uno llega a casa y observa las fotos que ha conseguido recopilar durante su excursión por esos infinitos y misteriosos caminos.
Cuando te encuentras con ciertos detalles, digamos que peculiares, en fotos que sólo deberían haber captado lo que supuestamente veían los ojos en el momento de tomarlas, es imposible no detenerse a pensar en aquélla circunstancia que algunos investigadores, allá por los años ochenta, denominaban como bromas cósmicas, cuyos antecedentes más notables ya habían sido consignados muchos años antes por un infatigable recopilador de hechos inexplicables: el estadounidense Charles Hoy Fort.
De la impresionante colección de recortes de periódico que éste clasificó en cajas de zapatos durante años, surgió un libro que habría de sentar las bases de un posterior realismo fantástico (1), en el que beberían autores como Jacques Bergier y Louis Pauwels: El Libro de los Condenados.
Hechos, detalles, circunstancias y situaciones que, independientemente de que en un porcentaje muy elevado ofrezcan una alternativa capaz de ser justificada racionalmente, no garantizan, sin embargo, que el escaso porcentaje restante no pueda ser encuadrado dentro de ese limbo conceptual que se escapa a todo intento lógico de clasificación.
Lo Inexplicable, pues, actúa sobre la mente del hombre, creando arquetipos basados en una realidad diferente; una realidad, que alimenta la posibilidad de que existan alternativas a esa cadena irremediable que constituye el ciclo vital de nacimiento, desarrollo y muerte al que estamos sometidos.
La casualidad -detalle en el que cada día creo menos- también interviene, hasta el punto de que a veces reúne un cúmulo de circunstancias que consiguen un curioso efecto. Este es el caso, desde luego, de la fotografía conseguida una fría mañana de diciembre, frente a las murallas de El Burgo de Osma, en la provincia de Soria. Recuerdo que tal gelidez de ambiente, me refrescó la memoria -y nunca mejor dicho- recordándome que, no en vano, Soria y su provincia han sido siempre conocidas con el merecido apelativo de la extremadura castellana. Uno de los elementos característicos de las gélidas mañanas, en ésta o en otras provincias que apuntan al norte, es un curioso efecto, similar a una neblina o vaho, conocido como dorondón -sin nada que ver con el famoso santo irlandés- que apenas perceptible para el ojo humano, no pasa desapercibido, sin embargo, para el objetivo de una cámara de fotos. Lo curioso, radica que en éste caso en concreto, la casualidad quiso que esa neblina tomara la forma de un dragón en el momento de sacar la instantánea. Un dragón que parece estar amenazando parte de esas murallas medievales que caracterizan a la ciudad burguense, detrás de cuya puerta, se accede al lugar más emblemático de la misma: la catedral.
El mismo día, y una vez en el interior de ésta -reconozco que de una manera bastante apresurada, pues está prohibido sacar fotos y hay un auténtico can Cerbero con forma de guardián, que lo recuerda de muy malas maneras- las vidrieras consiguieron desconcertarme, tal y como se puede apreciar en las fotografías del vídeo. Esas líneas de energía, en un caso con forma de hoguera, volví a conseguirlas aproximadamente un año después -el 21 de diciembre de 2008, coincidiendo con el solsticio de invierno- en el interior de un lugar no menos emblemático de la provincia soriana, como es la ermita de San Bartolomé, en el Cañón del Río Lobos. Fotografías que, como se puede apreciar también en el vídeo, muestras similares distorsiones o líneas de energía en varios puntos de la ermita, como son los ventanales situados al final de la nave, por encima del coro, y en ambas capillas, a través de sus emblemáticas estrellas renfán.
En diciembre de 2007, aunque ésta vez en la vecina provincia de Segovia, tuve un encuentro con lo que considero el mundo fantasmal; o lo que yo, transcurridos tres años, continúo convencido de lo que es un fantasma y una extraña distorsión temporal, por denominarla de alguna manera, captada por la cámara. Sucedió en el interior de la iglesia de Nª Sª de la Concepción, en Duratón, estando el viejo que guarda la llave, una amiga que me acompañaba en ese viaje y yo solos, aunque después llegó más gente. No obstante, si me preguntan, juraré y perjuraré que la gente vino bastante después de que yo tomase las instantáneas en las que se aprecia a un curioso personaje, ataviado a la usanza medieval, según mi criterio, y con tonsura en la cabeza.
Movidas, desde luego, están las fotografías tomadas en el interior del convento de las Concepcionistas de Ágreda, en cuya iglesia se conserva el cuerpo incorrupto de Sor María Jesús: ¿casualidad o broma cósmica?. El hecho es que las fotografías ilustran a la perfección el fenómeno por el que es mundialmente conocida ésta sorprendente mística de nuestro Siglo de Oro, también conocida como la Dama Azul: la bilocación.
Por último, sólo añadir que de la luna de Medinaceli, sólo puedo añadir en mi descargo, que cuando tomé la fotografía, a media bajada del caso histórico, resaltaba por encima del valle, espléndida y llena como nunca la había visto.

(1) Término acuñado por la Editorial Plaza & Janés para una de sus colecciones que, junto con aquella titulada Otros Mundos, hiciera furor en la España de finales de los setenta y principios de los ochenta.