lunes, 25 de mayo de 2015

Briones


El camino continúa y una vez dejados atrás los interminables llanos castellanos, las agridulces historias caballerescas de don Lope y el humilde encanto mudéjar de los templos olmedinos, el peregrino encamina sus pasos hacia otra tierra legendaria, conocida en el mundo entero por la brillantez del tesoro magenta que brota a borbotones de las venas de su afortunada tierra: La Rioja. A un lado quedan, también, los místicos montes, quebradas y desfiladeros del norte de Burgos –la proximidad del desfiladero de Pancorbo, acerca al recuerdo del peregrino la emoción de viajes anteriores-, así como la cercanía de otra tierra no menos mítica, Euskalerría, y una llanada, la alavesa, cuya sanguina savia comparte protagonismo, cuando no rivalidad, con la anterior. Rioja Alta. El primer punto de destino es una ciudad, Briones, sobre cuya génesis corren innumerables fuentes de agridulce sabor que confluyen en el sarmentoso mar de la Historia. No en vano, vista en su conjunto desde la distancia –por ejemplo, a la altura de uno de sus complejos bodegueros más reconocidos, las Bodegas Vivanco-, el casco histórico de Briones, elevado sobre un montículo, como sus precedentes, los antiguos castros, semeja un pequeño y somnoliento baluarte varado en un espacio-tiempo netamente medieval. Destaca, asentada por encima de las antiguas murallas, hacia la izquierda y orientada al este, el atractivo diseño de la ermita, de planta octogonal, del Santo Cristo de los Remedios –y de hecho, bastante similar, en líneas generales, a la ermita de la Vera Cruz de Sigüenza-, levantada en el siglo XVII sobre las ruinas de la antigua iglesia románica de San Juan Bautista, y en cuyo interior, aparte de la venerada talla del Cristo doloroso y el recuerdo a una Virgen Negra por excelencia, la de Guadalupe, el peregrino tiene ocasión de encontrarse con otro venerable personaje, estrechamente ligado al Camino de Santiago: Santo Domingo de la Calzada. Más orientada hacia el centro del casco histórico y situada junto a la Plaza Mayor y el Ayuntamiento –antigua casa palacio del siglo XVIII, que en su momento perteneció a los Marqueses de San Nicolás, en cuyo escudo, puede apreciarse la significativa figura de un árbol a cuyo pie permanece un fiero dragón alado, así como también el lirio o flor de lis-, destaca la impresionante mole de la iglesia-colegiata de Santa María, también conocida como de la Asunción, en cuyo interior, soberbio y pintado sobre uno de los lienzos de la nave, el gigantón Christóforos o San Cristóbal, recuerda, como un aviso de atención a navegantes, el mismo servicio a Cristo que el que ya prestara Hércules anteriormente a Dionisos. Como si del bauceant templario se tratara –comparativamente hablando-, luz y penumbra guardan el sueño carismático de una Virgen Teothokos, la de la Estrella, que reina eternamente sobre el Retablo Mayor, no muy lejos de una monumental escultura ecuestre de Santiago, o de los artísticos cenotafios que guardan los sepulcros de algún relevante miembro de la poderosa familia Mendoza, junto a las alegorías, henchidas de referencias paganas –como en la catedral de Astorga, lugar de obligado paso también del peregrino-, que entre míticas ramas y otras yerbas de guardar, conforman el dintel de acceso a las diversas capillas. Alegorías, sobre todo en cuanto a referencias a los antiguos cultos –recordemos, que el Cristianismo ya se consideraba sucesionista desde los tiempos de los primeros Papas- presentes en los numerosos hombres-verdes que, por ejemplo, también en el frontal del coro comparten protagonismo con un apostolado que juega con el lenguaje de los símbolos en base a los objetos o utensilios que les caracteriza. Simbolismo, no ausente, en modo alguno, tampoco en esa magnífica pila bautismal –probablemente de origen románico tardío o gótico-, que se custodia en la capilla del Santo Cristo, junto con dos objetos que ya comienzan a verse poco: los bustos-relicario que, como su nombre ya da a entender, en algún momento contuvieron –o quizás, todavía contengan- algún santo resto capaz de arañar la fe y el corazón de los creyentes. Pero probablemente, lo que mejor defina, tanto a La Rioja como a ésta ciudad, sea esa fantástica pintura a escala gigantesca, que viajeros y peregrinos se encuentran al entrar en la ciudad: una magnífica Copa o Grial, de donde brota, como un torrente irresistible, la vida, la abundancia y la prosperidad en forma de una carismática ciudad: la propia Briones.



Recuerdos de un Peregrino: Briones, 18 de octubre de 2014.