viernes, 7 de diciembre de 2012

El Ángel Caído



¡Cómo has caído del cielo, lucero brillante, estrella matutina, derribado por tierra, vencedor de naciones!. Tú que decías en tu corazón: "Subiré a los cielos, por encima de los astros de Dios elevaré mi trono, me sentaré en el Monte de la Asamblea, en el límite extremo del norte. Subiré sobre las alturas de las nubes, me igualaré al Altísimo". ¡Pero al seol has sido derribado en el extremo más hondo del pozo!..., el peregrino cerró las Sagradas Escrituras, sin olvidar situar la cinta sobre el pasaje de Isaías, que revelaba -críptico, como el Apocalipsis de San Juan-, uno de los episodios más apasionantes, y a la vez más oscuros de la Creación: la rebelión de Lucifer. Siempre había sentido curiosidad por ésta excelsa figura venida menos, y en ocasiones se preguntaba si Lucifer, después de todo, no fue algo así como el primer peregrino a quien el orgullo -¿o sería mejor decir un exceso de confianza?- había precipitado de cabeza en esa oscura casilla del Tablero Cósmico, en cuyo pozo habría de permanecer por los siglos de los siglos hasta que otro peregrino de características similares cayera también, ocupando su lugar. Pero, ¿quién como él -se preguntó- sería lo suficientemente brillante y a la vez lo suficientemente loco, como para intercambiar su lugar?. ¿Quizás aquél que siempre es representado alanceándole, pisoteándole, empujándole al abismo?. No, imposible: éste se encontraba probablemente muy a gusto en olor a beatitudes. Qué pensamientos más extraños -se dijo el peregrino, a continuación- recordando su última visita a uno de los escasos lugares en el mundo, donde una estatua recuerda a Lucifer intentando elevarse otra vez hacia los cielos, pero siendo atraído irremisiblemente a la tierra por el abrazo de otro ser, quizás tan sabio como él, pero terriblemente castigado también: la Serpiente.
¿Cómo pueden un Portador de la Luz y un ser destacado por su Conocimiento caer tan bajo?, se preguntó el peregrino, no obstante pensando a continuación: ¿y cómo podría existir la Luz sin la Tiniebla?. Con castigo, y aún teniendo que ganarse el pan con el sudor de su frente desde los tiempos del famoso mordisco de Eva, -la mente del peregrino, una vez liberados sus oscuros engranajes, continuó liberando toxinas de imposible filosofía- el hombre recién comenzaba a olisquear en el tufillo impenetrable de la Creación, arañando, quizás, parte de la piel de aquél defenestrado Lucifer, cambiándole el nombre por uno más tecnócrata y actual, como bosson de Higgs. ¿Y las teorías acerca del Caos?. Entre unos y otras, ¿lograrían alguna vez encerrar a Dios en una probeta?. ¡Qué insensatez!.


Hay puntos muertos, sobre todo cuando una pregunta lleva a otra, y a otra, y aún a otra más, como una interminable cadena de ADN, que se pierde en el infinito. La mente del peregrino, vulgar a fin de cuentas, pero hábil a la hora de utilizar el recurso de la evasión, se lanzó en caída libre hacia hemisferios más humanos, antes de quedarse sin oxígeno y vomitar en el orinal de la angustia. Lejos de Dios, de la Ciencia y sus Misterios, interminables e infinitos como un Ouroboros o serpiente que se muerde la cola -por algo en la Edad Media, el círculo representaba a Dios- pensó en el romanticismo implícito en el mito y se imaginó al escultor, Ricardo Bellver, como a otro Abraham Stoker, llevando una doble vida, piadosa por el día pero remando en el lóbrego mar de las iniciaciones secretas por la noche, para recrear la figura melancólica de su monstruo. Quizás por eso había tantos mensajes ocultos, no sólo en la estatua misma -imán que atraía por sí solo los objetivos de las cámaras de travellers y turistas- sino en el punto donde ésta se levantaba. Un punto, una extensiòn hacia el infinito, exactamente situado en el kilómetro 666 de la autopista del Infierno. O lo que es lo mismo, ¿fue casual que Bellver ideara la estatua para colocarla, con toda exactitud en este punto situado a 666 metros exactos sobre el nivel del mar?. Ahora bien, esto conlleva una cuestión inquietante, continuó divagando la mente del peregrino, siempre y cuando en el siglo XIX, las mediciones no eran tan precisas, sino que, generalmente, solían mantener un margen de error de entre 50 y 60 metros. ¿Cómo lo supo Bellver?. E independientemente de este escabroso dato, el peregrino, no obstante sabiendo que una de las fuentes de inspiración del escultor fue Milton y su Paraíso perdido, las características de los elementos de la estatua y la fuente que la soporta, no dejan de ser reveladores y apuntan, en cuanto a números, aquéllos otros contenidos en el pasaje dedicado a Las dos bestias, del Apocalipsis de San Juan.
Después de un rato perdido en oscuros pensamientos, el peregrino se levantó del banco, guardó el libro sacro en un bolsillo de su anorak, recogió el bordón y la esclavina y se alejó caminando. Habiendo salvado la tenebrosa casilla del pozo, continuó caminando. En el respaldo del banco, dejó grabado un aviso para los futuros peregrinos que llegaran al lugar:
Y su número es 666...