sábado, 16 de agosto de 2014

Baños de Cerrato: iglesia visigoda de San Juan


Aproximadamente, cien son los kilómetros que separan estos interesantes lugares de Moarves de Ojeda y San Andrés de Arroyo, de otra región palentina, el Cerrato, y de un lugar muy particular, Baños de Cerrato, donde el camino invita a penetrar en el misterioso mundo de los visigodos. Es aquí, prácticamente al final del pueblo, donde toda una joya, cargada de sombras, silencio y leyendas, vuelve la espalda a unos campos, los Góticos, que se extienden al infinito, como parte de los milenarios graneros de la Vieja Castilla: la basílica de San Juan. En realidad, poco se sabe de un lugar tan singular, salvo que está estrechamente relacionado con un rey, Recesvinto, que poco o nada podía imaginar que, cincuenta años después de consagrar este lugar -se piensa que fue consagrado en el año 661-, el imperio visigodo desaparecería de la faz de Hispania, inmolado no sólo por sus eternas disputas internas, sino por el incontenible aluvión de sangre y fuego que, procedente de África, habría de poner los cimientos de una historia nueva en ésta, nuestra antigua y mitológica piel de toro.
 
Cierto es, así mismo, que posiblemente este no fuera tampoco el verdadero aspecto que ofrecía después de que los maestros constructores visigodos aplicaran sus extraordinarias dotes arquitectónicas -incluido el conocimiento y la utilización práctica de la proporción áurea-, puesto que han sido múltiples las reconstrucciones y los trabajos arqueológicos llevados a cabo en él. Pero por su aspecto, respeta la planta basilical característica de los templos de su estilo, de manera que, si conocemos lugares como Santa Comba de Bande, provincia de Orense o San Pedro de la Nave, provincia de Zamora, no nos costará mucho hacernos a la idea de la clase de construcción sacra que estamos visitando.

 
Bien es cierto, por otra parte, que también los motivos de los capiteles de su interior, de tradición románico-corintia, difieren de los tradicionales motivos característico del arte visigodo, que constituyen un atractivo más en los templos mencionados anteriormente, incluidos el de Quintanilla de las Viñas, provincia de Burgos e incluso la lápida antepuesta al altar, en la iglesia prerrománica de Santa Cristina de Lena, en Asturias o los restos de pintura y construcción de la iglesia de Santa María de Wamba, en la provincia de Valladolid. Pero independientemente de ello, penetrar en su interior, siempre produce una curiosa sensación de respeto que, bien sea por su remota antigüedad o porque uno se siente inmerso en esa eterna pelea entre sombra y oscuridad, consigue que el vello de los brazos se enderece como escarpias.
 
Característicos del arte visigodo -entre otros, por supuesto-, son los discos solares que todavía se observan en la lápida de consagración -me pareció entender a la guía, que se trata de una copia y que la original se encuentra en el Museo de Palencia-, cuyas palabras, textuales, se reproducen a continuación, según se especifica en el folleto informativo que se adjunta junto con la entrada:
 
PRECURSOR DEL SEÑOR MÁRTIR JUAN BAUTISTA POSEE ESTA CASA, CONSTRUÍDA COMO DON ETERNO, LA CUAL YO MISMO RECESVINTO REY, DEVOTO Y AMADOR DE TU NOMBRE, TE DEDIQUÉ POR DERECHO PROPIO EN EL AÑO TERCERO, DESPUÉS DEL DÉCIMO COMO COMPAÑERO ÍNCLITO DEL REINO. EN LA ERA SEISCIENTOS NOVENTA Y NUEVE (1).
 
También hay un elemento extraño, que se encontró durante una de las excavaciones realizadas en el templo, cuya procedencia y función no se conocen, pero al que la tradición atribuye ser la mano del propio rey Recesvinto que, según afirma la leyenda, quien apoye su mano en ella, atraerá sobre él la buena suerte.
 
Complementario al lugar, y situada a escasos metros, la fuente milagrosa del rey Recesvinto, será el tema principal de la próxima entrada.
 
 
(1) A la fecha 699 de la Era Hispánica, hay que restarle 38 años, que es la diferencia que tiene con la actual.

sábado, 9 de agosto de 2014

Real Abadía Cisterciense de San Andrés de Arroyo


Apenas son cinco los kilómetros que separan la pequeña población de Moarves de Ojeda y su carismática iglesia, de otro curioso e interesante lugar, en el que la expansión de ese brazo escindido de la poderosa voluptuosidad cluniacense, dejó una huella imborrable aun con el paso de los siglos: la Real Abadía Cisterciense de San Andrés de Arroyo. Si bien no se tiene constancia de la fecha exacta de su fundación, sí existen, no obstante, referencias documentales que se remontan, cuando menos, al año 1181, cuando el rey Alfonso VIII -conquistador, entre otras, de importantes plazas como la de Toledo-, otorga a la condesa doña Mencía y al monasterio, la iglesia de San Millán, situada entre las poblaciones de Grijalva y Villasandino. Se tiene, precisamente, a ésta doña Mencía, como su primera abadesa. Y su importante apellido, de Lara, no sólo nos recuerda su consanguineidad con una familia castellana que dejó su impronta en lo más granado de la Historia y del Romancero -recordemos la leyenda de los Siete Infantes de Lara-, sino que también nos trae a la memoria al que fuera -según el gran teósofo y escritor español Mario Roso de Luna-, el último templario del monasterio soriano de Santo Polo: Ginés de Lara.
 
Como en muchos otros lugares de similares características, cuanta la tradición que éste cenobio se levantó en el mismo lugar en el que se descubrió -de manera fortuita, casual o milagrosa, como numerosas de las imágenes marianas que han llegado a nuestros días arrastrando tal leyenda-, una imagen del apóstol San Andrés, cuyo símbolo más característico, como sabemos, es la cruz con forma de aspa en la que fue torturado. Una de sus características más notables, es que, al igual que en otros cenobios que acogen a una comunidad de índole femenina -como Buenafuente del Sistal, enclavado en un lugar privilegiado de la provincia de Guadalajara-, esta Real Abadía de San Andrés de Arroyo continúa en activo, albergando una comunidad de monjas, que se ha ido perpetuando desde sus lejanos inicios.
 
Uno de sus mayores atractivos, lo constituye el claustro del monasterio, aunque la amabilidad de las monjas se torna en inflexible negativa a la hora de permitir que se tomen fotografías o se haga cualquier tipo de reportaje gráfico, motivo por el cual, lamentablemente, no se puede mostrar en los vídeos. Ese detalle, doliente en el fondo -tal vez las monjas de San Andrés, no sean conscientes o no sepan que hay cientos de fotografías del claustro y sus dependencias navegando por internet-, no impide, sin embargo, que se mencione, pues tanto éste como la sala capitular o la cilla, son obras de arte no sólo reseñables, sino también muy meritorias en historia, que contienen, demás, algunas interesantes curiosidades.

 
Representativos de los cuatro puntos cardinales, cada lado del claustro consta de dieciséis columnas con sus respectivos capiteles. Unos capiteles que, aunque representativos de la característica austeridad de la arquitectura cisterciense contienen, sin embargo entre los motivos vegetales que los componen, algún curioso misterio: como la presencia del tomate, elemento que, según la hermana que nos acompañó en la visita, no era conocido en los siglos XII y XIII cuando se levantó el claustro. Un claustro que, también en su opinión, tiene influencias italianas, detalle que no voy a discutir, pero sí añadiré, que simbólicamente hablando, las dieciséis columnas de cada lado, conforman un número curioso: 64, el número de casillas que contiene ese pequeño universo denominado tablero de ajedrez, en el que simbólicamente se libra un combate mortal entre dos fuerzas antagónicas pero complementarias: luz y oscuridad, bien y mal, blanco y negro o ausencia de luz, como los colores del Císter y también del beaucéant o estandarte de los caballeros templarios. Pero es también un número muy especial, pues la descomposición de su suma, nos devuelve hacia ese concepto sublime, al que tiende todo, según la filosofía y la arquitectura sufí, tan prolíficamente promulgada por notables individuos de la cultura y el mundo árabe, como Ibn Arabi: la Unidad. La simplicidad, como vemos, a veces esconde las verdades más complejas.
 
Como prácticamente todas las salas capitulares de los grandes monasterios, la sala capitular es también un hermoso compendio arquitectónico, en el que la piedra tiende a representar, por la forma de las columnas y las claves que sostienen la bóveda, ese santuario u oasis de palmeras, cuyo complejo simbolismo queda reflejado en al menos dos de los Libros Sagrados más representativos: la Biblia y el Corán.
 
La cilla y la cocina, aparte de ser dos de los lugares más antiguos del monasterios, esconden numerosos secretos. No sólo en ellos se expone una necrópolis con tumbas antropomorfas y algún sarcófago de impresionantes proporciones -que, según la hermana, pudo pertenecer a algún caballero templario, observándose en su voz cierta amargura cuando describió el trágico fin de éstos hermanos-, sino que también, curiosamente, es donde mayor número de marcas de cantería se registran, detallándose, entre otras, la estrella de cinco puntas.
 
La iglesia, abierta de par en par, es el único lugar donde, curiosamente también, se permite tomar cuantas fotografías se quiera. También en su interior reposan algunos sarcófagos de piedra, totalmente anónimos y carentes de simbología, a excepción de los perros o leones sobre los que reposan. Hermosos y austeros en su conjunto, el ábside principal y los absidiolos muestran una arquitectura muy particular. Una arquitectura sobre cuyas formas se debería meditar, pues si en la sala capitular -como ya se ha dicho que ocurre en numerosas salas capitulares de los grandes monasterios-, no es difícil observar ese bosquecillo u oasis con la simbólicamente forma de la palmera actuando como bóveda, un vistazo a las claves de bóveda y las nervaduras que las componen, sobre todo en el ábside principal, nos recordará otra de las formas simbólicas que también constituyen todo un compendio de simbología y que fueron utilizadas por los canteros medievales: la pata de oca.
 
En definitiva, Real Abadía Cisterciense de San Pedro de Arroyo: un lugar por descubrir.