sábado, 31 de enero de 2009

La Peña del Diablo

El Parque Natural donde se asienta desde hace siglos el Monasterio de Nuestra Señora de Piedra, es un lugar en el que la naturaleza, coqueta, tuvo a bien desplegar en su día una sobresaliente cantidad de sus extraordinarios encantos. Una visita a tal lugar, pues, no deja nunca indiferente al viajero, sino que, muy al contario, le induce a sentir deseos de penetrar cuanto pueda en la idiosincracia de sus abundantes misterios.
No debe de resultar para nada extraño, que un lugar que se conoce como la Peña del Diablo, guarde en su trasfondo una terrible, aunque fascinante leyenda. A esta leyenda, se la conoce en Aragón como 'la leyenda de la energúmena', y parte de su argumento se desarrolla, también, en la vecina provincia de Soria.
Buena parte de la culpa de que tanto ésta, como otras leyendas referidas al Monasterio y su entorno hayan llegado hasta nosotros con su primigenio esplendor poco menos que intacto, se lo debemos -y no deja de ser un honor hacer ésta pequeña mención a modo de homenaje- a D. Juan Federico Muntadas.
Escritor, abogado, filósofo y político catalán que vivió a lomos de los siglos XIX y XX, su fascinación por el Monasterio de Piedra -lugar en que murió en el año 1912- queda patente en un librito que escribió en 1871, y que aún en la actualidad -más de cien años después- sirve de orientación y guía: 'El Monasterio de Piedra'.
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jueves, 29 de enero de 2009

Una suerte de Cultura conocida como Vino

El primer mensaje de felicitación de Año Nuevo, recibido poco antes de la medianoche del día 31 de diciembre, decía lo siguiente:
- El Protos exquisito. Ya no nos hacen falta las uvas.

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miércoles, 28 de enero de 2009

Leyendas del Císter

Intentar vislumbrar los orígenes, aunque sea de modo somero, de una de las comunidades monásticas que más ha influído en esa búsqueda fundamental de Dios en base a un acercamiento a la filosofía y a las formas de vida de los primeros cristianos resulta, no me cabe duda, una tarea ardua, aunque fascinante, que requiere una especialización y un estudio, que escapa por completo a mis posibilidades. No ocurre igual, si abriendo esa parte infinitesimal de la psique humana donde encuentran asilo los sueños y quimeras, nos liberamos de lo racionalmente aceptable y comentamos esa otra parte de la presente historia, que bien podríamos denominar, a falta de un título mejor, como 'las leyendas del Císter'.
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martes, 27 de enero de 2009

La leyenda de la Virgen del Moncayo

Como cabe suponer, y recurriendo a ese gran auxiliar que es el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, leyenda -en la acepción fonética a la cual se hace referencia en la presente entrada- es una 'relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos'. La leyenda que se pretende recojer aquí, procede de un lugar -el Moncayo y sus alrededores- que aún hoy, recién traspasado el umbral del siglo XXI, sorprende, y mucho, no tanto por su espléndida belleza, como por la fama de sobrenatural misterio que le precede, cuál carta indiscutible de presentación.
La época, desde luego, no le va a la zaga, pues se refiere a aquéllos oscuros tiempos de la Edad Media, donde lo prodigioso tenía el carácter irreversible de lo cotidiano. Si a ello le añadimos el cariz poco menos que místico, en ocasiones rayano en la fantasía anecdótica vinculada a la fundación de numerosos monasterios de la Orden del Císter y como aderezo, incluimos a un gran introductor de la leyenda y el lugar -como fue nuestro genial poeta Gustavo Adolfo Bécquer-, encontramos elementos dignos de una fascinante novela de aventuras.
El Monasterio de Veruela -considerado como el primer monasterio cisterciense construído en Aragón-, se encuentra situado poco menos que a los pies del Moncayo -recordemos que su pico más alto tiene aproximadamente 2316 metros de altitud y está bautizado con el nombre de un personaje no menos emblemático, como es el Arcángel San Miguel, en contraposición a ese pretendido templo dedicado a Júpiter al que se refieren algunas otras leyendas que circulan por la zona- constituye uno de los más bellos exponentes de una orden que, escindiéndose de la opulencia decadente de Cluny y deseosa de recuperar el verdadero espíritu de sobriedad y sacrificio que caracterizaba a los primeros cristianos, legó a Europa una arquitectura y un arte de belleza y valor considerables.
Es precisamente enfrente de este monasterio -se supone- donde en la actualidad se levanta la llamada Cruz Negra o Cruz de Bécquer, donde se desarrollaron los pormenores de la aparición mariana de la que, a partir de entonces, se conoce como la Virgen de Veruela o del Moncayo.
La fecha, 1141; el protagonista, Pedro de Atarés.
Históricamente hablando, la importancia de nuestro protagonista, Pedro de Atarés, radica en la nobleza de su sangre: hijo del infante Don García y de Doña Teresa Cajal, y nieto de Don Sancho, por añadidura, hijo bastardo del rey Ramiro I.
Activo en las numerosas batallas libradas en la época contra el invasor musulmán, se cuenta de él -aunque este detalle tiene un cariz hipotético, que no es compartido por la mayoría de historiadores, más que nada por la falta de pruebas o testimonios escritos que lo corroboren- que tras la conquista de Borja a los sarracenos -plaza que a partir de entonces constituyó parte de su señorío, junto con el de Atarés- y en unas cortes celebradas en dicho lugar, la nobleza convino en ofrecerle la corona de Aragón a la muerte del rey Alfonso I.
Aunque finalmente la corona recayó sobre las sienes del hijo de éste, que pasó a la Historia con el nombre de Alfonso II, se recalca aquí la presencia de un personaje de considerable relevancia en su época, e insisto en que el detalle es importante, puesto que en la gran mayoría de apariciones marianas registradas a lo largo de la Historia, los protagonistas suelen coincidir, precisamente, en su condición de notable humildad.
Por otra parte, la leyenda no le hace ningún demérito, y sí le asigna, sin embargo, la promoción y fundación del Monasterio de Veruela, facilitando el asentamiento de los monjes blancos llegados del Monasterio de Fitero.
Pero nada más lejos de mi intención, que anticiparme a los acontecimientos. De manera que, siguiendo el hilo de Ariadna de la leyenda, hallábase este 'señor de la guerra' cansado de repartir mandobles entre las filas enemigas, que decidió dedicar su tiempo -o al menos, una parte de él- a actividades más lúdicas y placenteras.
Éstas se resumían en una sola que, considerada como un deporte y prácticamente al alcance de todo el mundo en la actualidad, en aquélla época, sin embargo, se hallaba estrictamente restringida a la nobleza: la caza.
Tampoco resulta ningún hecho fantástico, la presunción de que otra de las singularidades que afectan al Moncayo, es la facilidad con la que el tiempo tiende a variar, sacando los ases que mantiene ocultos en lo más profundo de su naturaleza, para después mostrárselos al jugador más confiado en el momento en que éste menos se lo espera.
Don Pedro, posiblemente buen cazador pero mal conocedor de las señales de la naturaleza que todo aldeano identifica enseguida como si ya nacieran de antemano predispuestos con semejante dón, no intuyó tal circunstancia. La leyenda especifica que la jornada no le fue propicia al noble Don Pedro, aunque, por lo que se puede entrever -dato que puede parecer inusual a priori, dadas las circunstancias de una época convulsa e insegura- sí da a entender que se encontraba solo y que al final de la jornada, se topó con una cierva, a la que nuestro fogoso cazador persiguió con saña, adentrándose, despreocupado, en lo más espeso del bosque.
Tal era su afán por conseguir tan excelente trofeo, que el escenario -apacible hasta entonces en cuanto al tiempo se refiere- fue cambiando progresivamente, sin que Don Pedro se percatara de ello; al menos, no en un principio.
Porque otra de las características del Moncayo, son esas tormentas y nieblas, repentinas y fantasmales, que suelen ocultarle durante gran parte del año y han contribuído, en gran medida, a acrecentar la leyenda de insondable misterio que le rodea.
De lo que no cabe duda, es de que una vez perdido el rastro del animal -es muy posible que Bécquer tuviera aquí suficientes argumentos para alguna de sus leyendas, como La corza blanca- y deambulando por lo más profundo del bosque completamente desorientado e incapaz de encontrar la salida, se desató una repentina y terrible tormenta.
Terrible debió de ser, en verdad, para que tan notable guerrero, que había cruzado el temple de su acero en cientos de combates, se echara a temblar e implorara, completamente desesperado, la intercesión de la Madre de Dios.
No deja de ser una constante, que se repite prácticamente en todas las tradiciones relacionadas con este tipo de apariciones, la presencia, deslumbrante, de una luz o unas luces.
En efecto, con tanta fe se encomendó Don Pedro a la Virgen, que ésta -rodeada de luces, según la leyenda- le mostró la salida, pidiéndole que en ese mismo sitio se le levantara un lugar de culto. Hasta aquí, los pormenores de la leyenda.
Ahora bien, no me gustaría finalizar la presente entrada, sin hacer algunas puntualizaciones que, creo, pueden resultar de interés:
En primer lugar, no deja de ser interesante, el detalle del gran parecido existente entre la Virgen del Moncayo -o de Veruela- y la Virgen del Pilar, al menos en cuanto a altura se refiere: unos 30 ó 40 cmts. Es decir, hablamos de imágenes marianas que, por su reducido tamaño, bien podrían compararse con aquellas otras que, portadas en la silla de las monturas de obispos y prelados, acompañaron a los tropas cristianas en numerosas batallas contra el invasor musulmán.


lunes, 19 de enero de 2009

Crónicas de la Soria Blanca: Álbum Fotográfico

Creo que en ésta entrada sobran las palabras. Baste decir, que la hago con la mejor intención: aquélla que, espero, inspire los mismos sentimientos tan personales que me inspiraron a mí, mientras tomaba tan inolvidables imágenes. Porque siempre hay un lugar para la belleza, por muy tortuoso que en ocasiones pueda resultar el Camino. Y si encima ésta belleza está teñida de la blanca palidez que caracteriza lo más puro de un invierno, el efecto resulta, simplemente, deslumbrador.


lunes, 5 de enero de 2009

Monasterio de San Juan de Duero: Geometría, Mística y Luz

'La luz hace visibles las cosas a nuestro alrededor y, sin embargo, la luz no es visible en sí misma, salvo en determinadas condiciones. Para que la luz se haga visible tiene que 'transaparecer', como diría el filósofo y arabista francés Henry Corbin, a través de un cristal coloreado, o a través de las partículas de polvo en suspensión, sobre un fondo oscuro. Del mismo modo, la divinidad está presente ante nosotros en todo momento, pero no la vemos. Aunque, de vez en cuando, 'transaparece' a través de la Belleza, sobre el fondo oscuro de la razón adormecida, cuando el pensamiento se detiene y nos permite simplemente ser'.
[Grian: 'El Peregrino Loco', Ediciones Obelisco, 1ª Edición, febrero 2006]

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sábado, 3 de enero de 2009

La magia de la óptica: supremacía de la Luz

'Las señales -algunas veces imperceptibles, otras muy claras- están a nuestro alrededor. Pero deben ser interpretadas con atención para que se transformen en una guía del camino'.
[Paulo Coelho: 'Vida, selección de citas', Editorial Planeta, 2007]

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Mi segunda visita al Monasterio de Veruela, coincidió con esa época que actualmente apenas significa nada para muchos -sobre todo en ésta época, inmersos en los preparativos de una Navidad en ciernes- pero que para el hombre antiguo de todas las culturas, y sobre todo para el hombre medieval, constituía una fecha de suma importancia: el solsticio de invierno. Contra todo pronóstico, el 21 de diciembre amaneció soleado, y el calor que desprendían los rayos del sol, penetrando a través del cristal del parabrisas mientras dejaba atrás la provincia de Soria y me adentraba en la provincia de Aragón, auguraba un día de felices perspectivas.
Este detalle, me hizo recordar este mismo día un año atrás, cuando en compañía de una amiga quisimos descubrir parte de la magia de uno de los lugares más hechizantes y enigmáticos de la geografía española: el Cañón del Río Lobos y la ermita templaria de San Bartolomé. Totalmente lo contrario, entonces sí que parecía que la Jauna Coeli, la Puerta del Infierno, había desatado toda la furia de la tempestad sobre la tierra, y aunque pudimos penetrar en la ermita, por turnos y a hurtadillas -¿verdad, compi?- no vislumbramos rastro alguno de los efectos que estábamos buscando. Puede que no fuera el momento apropiado; o simplemente cabe pensar que en San Bartolomé, después de todo, prevalezcan otros misterios, aunque no sea uno de ellos ese singular efecto lumínico que tanto llama la atención y a tantos visitantes y curiosos atrae todos los años en junio a la catedral de Chartres.
De igual manera que San Bartolomé, el Monasterio de Veruela es otro de esos lugares hechizantes, hasta el punto de darse uno cuenta, al poco de poner los pies en su sagrado recinto, de encontrarse en un lugar dedicidamente especial. Por si fuera poco, su cercanía a un enigmático, ancestral y celoso guardián de misterios, como es el Moncayo, le confiere, aún más, si cabe, una categoría estelar, que hace que merezca la pena visitar y conocer.
El Moncayo, lejos de estar enfurruñado, como de costumbre, aparecía tranquilo, vestido por completo de blanco satén, parpadeando coquetos sus ojos cumbreños al ser alcanzados, allá en lo más alto de sus cumbres, por los rayos del sol. El 'optimismo' del Moncayo, tan raro de observar incluso en épocas estivales, acrecentaba, pues, mi propio optimismo, y aunque en ésta segunda visita buscaba parte de la magia que no supe ver en la anterior ocasión, ese hado fatuo y malicioso llamado destino, quiso que no regresara a Madrid con las manos vacías.
En efecto, es difícil visitar un monasterio medieval -sea o no cisterciense- y no regresar al lugar de origen con las cámaras repletas de tesoros y la mochila llena de recuerdos. Veruela, desde luego, no es una excepción.
Precisamente allí, entre las soledades de su claustro -repleto de historia y mensajes encriptados-, Gustavo Adolfo Bécquer escribió parte de sus leyendas más famosas -pongamos, por ejemplo, 'El Gnomo'- legando a la posteridad un compendio de tradiciones, impresiones y vivencias, que lleva por título 'Cartas desde mi celda'. Pero no sólo a Gustavo Adolfo le debemos descripciones increíbles de tan emblemático lugar, sino que también hemos de recordar el importante trabajo de su hermano Valeriano, la visión de cuyas pinturas, nos ofrece suficiente testimonio de cómo era el lugar en el siglo XIX. Además, y sirva como dato de interés más que anecdótico, Valeriano Bécquer fue uno de los primeros en recopilar las curiosas y extraordinarias marcas dejadas en los muros por aquéllos escurridizos maestros canteros, cuyo rastro y mensaje es poco menos que imposible de seguir en la actualidad y que, bajo mi punto de vista, están muy lejos de constituir una simple contabilidad encaminada al posterior jornal del cantero que las labró y colocó, tal y como piensan numerosos historiadores.

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viernes, 2 de enero de 2009

Mejorada del Campo: la Catedral de Justo, Álbum Fotográfico

'Nuestros más ancestrales abuelos, vertebraron su vida en torno a las piedras, que les sirvieron de hogar, fortaleza, santuario y tumba. Y también de lienzo donde nos dejaron indicios, a veces difícil de interpretar, de como era su vida, sus creencias, miedos, inquietudes y anhelos. Por eso, toda piedra donde pusieron sus manos, se transformó en mágica...'.
[Juan Ignacio Cuesta Millán: 'Lugares Mágicos', Biblioteca Año Cero, 2007]

jueves, 1 de enero de 2009

Mejorada del Campo, Madrid: la Catedral de Don Justo

'El mundo está en manos de la gente capaz de ver las transformaciones del presente, de la gente con coraje para vivir sus sueños, cada cual de acuerdo con su propio talento'.
[Paulo Coelho: 'Vida, selección de citas', Editorial Planeta, 2007]


Soy de los que opina que toda persona es una Historia en sí misma. Una Historia, cuyo interés radica, generalmente, en la opinión de otras personas. Hay también personas, que, al igual que el que suscribe, se dedican en ocasiones a contar la Historia de otro. O al menos, como en el caso presente, a tantearla. Y digo tantearla, porque todavía no tengo el gusto de conocer personalmente a Don Justo Gallego. Dicho esto, yo mismo pongo entre comillas mi posible objetividad, pretendiendo, de paso, no herir la susceptibilidad de nadie.
Tal y como se desarrollan los acontecimientos en el mundo actual, inmerso en guerras fratricidas; ávido de poder, con la mitad de la población poco menos que esclavizada y viviendo a duras penas para que la otra media pueda engordar cómodamente inmersa en el vicio de su propio consumismo, contar -aunque sólo sea por encima- la historia de un hombre sin cultura, sin estudios, de profesión agricultor, que un día -hace la nada despreciable cantidad de cincuenta años- decidió cambiar el arado por el pico y la pala y levantar él solo, con sus propias manos, una catedral, puede resultar tan increíble como esas historias medievales en las que, Dios mediante la intervención de la Virgen, se obraban milagros tan fabulosos, que pueden sonarnos hoy día a cuento chino.
Pero esto no es ningún cuento; ni chino, ni de cualquier otro tipo. Y la Virgen juega aquí, como no podía ser menos, un papel preponderante. De hecho, la catedral de Don Justo está dedicada a su madre y a la Virgen del Pilar.
Contrariamente a como ocurría en la Edad Media, cuando fortuitamente arando se descubrían muchas de esas fascinantes imágenes marianas de factura románica, que aún hoy día intrigan y sorprenden a los investigadores, Don Justo no desenterró ninguna imagen virginal con el filo de su arado; tampoco se le apareció la Virgen, pidiéndole que le levantara una morada en aquél mismo lugar. ¿Por qué, entonces, este sencillo mejoreño decidió un día levantar una catedral y dedicársela a la Madre de Dios?. Es un enigma fascinante, que espero poder preguntarle en breve, cuando tenga el gusto de hablar con él. Hay muchos que ya lo han hecho, de modo que remito al lector impaciente e interesado a buscar información a través de esa fabulosa herramienta de comunicación que se llama Internet.
Mientras llega este momento, espero que al menos puedan juzgar por sí mismos y disfrutar tanto del vídeo como del álbum del fotos que les presento en ésta y en la siguiente entrada. Por si acaso alguno se lo pregunta, diré que, en mi modesta opinión, con Don Justo puede aplicarse la máxima del Temple: Non, nobis, Domine, non nobis, sed nomini tua da Gloriam: No para nosotros, Señor, no para nosotros sino para gloria de tu Nombre.
Por supuesto, también hace la máxima de Paulo Coelho que citábamos al comienzo: para mi no deja de ser un pequeño atisbo de esperanza ver que todavía hay gente con coraje para vivir sus sueños, ateniéndose a su propio talento.