sábado, 7 de junio de 2014

Rezando en el corazón de la piedra: la iglesia rupestre de Olleros de Pisuerga


No importa si el Camino se desarrolla dentro o fuera de los márgenes previamente establecidos en itinerarios históricos, inmemoriales o recientemente recuperados; y tampoco importa si los lugares que visitamos han de aportarnos exclusivamente hitos, indulgencias o delirios mágico-religiosos. En el fondo, lo que verdaderamente importa es el Camino en sí y todas las experiencias que han de llenarnos y enriquecernos mientras lo recorremos. Bajo este punto de vista, no nos costará mucho imaginar, entonces, que convirtiéndonos voluntariamente en jugadores de excepción y utilizando las singulares propiedades de ese Tablero Mágico por antonomasia, que conoce bien todo peregrino, nos dejemos llevar por el vuelo trascendental de las Ocas, y diciendo adiós, o mejor aún, hasta la vista a Daroca y sus ángeles cantores, nos introducimos, una vez más, en las singularidades y maravillas de una tierra legendaria, como es Palencia. Una vez allí, apartándonos de la monotonía de esa autovía que, numerada con las siglas A67 conduce al viajero hacia Reinosa y las brumas arcanas del reino cántabro, recalemos, por carreteras secundarias, en lugares que no por pequeños, han de parecernos necesariamente irrelevantes. Uno de tales lugares, es Olleros de Pisuerga, un municipio pequeño pero acogedor, en cuyo término se encuentra aquella maravilla que muchos consideran -me congratulo, desde ahora mismo, con ese grito popular de sabia justicia-, como la basílica del eremitismo rupestre: la iglesia de los Santos Justo y Pastor.
El lugar, telúrico donde los haya, se localiza a resguardo de un pueblo cuyas casas conforman una estrecha piña que protege y salvaguarda la entrada. Una solitaria torre de época más moderna -siglos XVII-XVIII- se levanta, como un faro, al pie de un camino que en primavera reverdece con un inusitado cuando no mágico esplendor. Cualquiera diría que es el sonrojo emocionado de una Madre Tierra que comienza a bostezar, abandonando el lecho donde ha permanecido aletargada durante los largos y fríos meses de invierno, aunque soñando con la Vida. De vida y muerte, o si se prefiere, de ciclos inevitables, hay sepulcros antropomorfos, al pie de las cuevas de ese duro costillar de piedra, que aún vacíos, hablan inequívocamente de Historia Antigua. También hay escalones que conducen a una portada neo-clásica, que franquea con respeto todo visitante que penetra en la arteria principal de este auténtico corazón del espíritu. Y es que, una vez que se entra, el espíritu se siente mareado frente al torbellino de siglos que le contemplan desde esas galerías primorosamente labradas en la piedra por mineros espirituales, que buscaban en lo más profundo de la matriz de la tierra, respuestas más allá de un mundo que se debatía en la barbarie de la guerra y el ocaso.
Se estima, por otra parte, que la construcción que se puede admirar en la actualidad, se remonta, cuando menos, al siglo X. Pero quizás pocos saben que en este mismo refugio, mentes del Neolítico o del Paleolítico, dejaron señales del despertar de la conciencia, transmitiendo, posiblemente, esas mismas inquietudes que han acompañado a la Humanidad a lo largo y ancho de su existencia. Sus señales, bien por efecto del tiempo bien por la intransigencia de otros grupos humanos, ya no se pueden apreciar, es cierto, pero estuvieron ahí, demostrando las especiales cualidades de un lugar que, después de todo, nunca dejó de ser sacralizado.
Antecedente de otros lugares de similares características que se localizan, sobre todo, en la cercana zona cántabra de Valderredible, Olleros de Pisuerga constituye, de hecho, la punta del iceberg de una interesante ruta mágica y espiritual, conformado por lugares como el castro de Monte Cildá, el monasterio de Santa María de Mave o el también, aunque más reducido eremitorio rupestre de San Pelayo, en el cercano término de Villacibio.