sábado, 20 de septiembre de 2014

La iglesia de Santa María de Wamba


Como el tiempo, el tránsito estelar tampoco detiene su camino. El ciclo de Virgo está tocando a su fin y la inminente entrada de Libra anuncia la proximidad del otoño. El calor es menos sofocante y los días son más cortos que allá, a mediados de junio, cuando el peregrino, cansados sus ojos de vagar en solitario por las inconmensurables infinidades de los Montes Torozos, recaló en éste, un lugar, sin duda cargado de Historia y de Misterio: Santa María de Wamba. Apenas pone un pie en su interior, sabe perfectamente que no es necesario llegarse hasta el relativamente cercano Monasterio de la Santa Espina, para que un amable monje le susurre, confidencialmente y mientras se atusa con cansancio unos mechones de cabello que el tiempo ha ido cubriendo progresivamente de amarillenta escarcha, que tan sólo con el sencillo acto de subir unos breves escalones -cuatro, a lo sumo cinco, que son los que separan parte del antiguo claustro románico de la actual rectoría y de la iglesia-, el espíritu atraviesa, como Alicia a través del espejo, varios siglos en cuestión de segundos. De manera que, con cierta relativa seguridad, el peregrino sabe que aquí, en Wamba, la Historia, al igual que en la Troya de Schliemann, se superpone en estratos desiguales, pero inequívocamente interesantes. Visigodo, prerrománico, románico, renacentista o barroco no impiden, sin embargo, que en la inseparable compañera y amiga que es su libreta de notas, éstas se alternen con desorden, creando, no obstante, una cuando menos curiosa melodía. Tal vez no posea el melancólico carisma imprimido por William Shakespeare a sus inolvidables personajes de Oberón y Titania, pero allí está, gracioso, desafiante, luciendo sus dos pequeños cuernecillos, las manos ocultando el caramillo entre la floresta que le sirve de lecho, el alegre dios Pan. Un arcano celta, que parece observar con atención no exenta de ironía, la terrible lucha que mantienen el Diablo y San Miguel, en una psicostásis o pesaje de almas, en la que siempre el primero intenta hacer trampas. Algo más allá, semioculto en una resacosa penumbra que apenas logran diluir los diversos focos distribuidos a lo largo de la nave, un zapatero, ajeno a la lujuria, como piensan algunos y quizás también despreocupada su alma de otros méritos que no sean los propios de su trabajo, masca pacientemente la suela del calzado que está preparando. Algunos de los capiteles de la cabecera no son originales de la primera época visigoda, pero lo disimulan muy bien. Más difícil, sin embargo, de vislumbrar, son las maravillosas pinturas que en su día decoraron el ábside principal, de cuyos rastros, vegetales y animales, algún autor, seguramente sin temor a los terribles fuegos de la Inquisición, aventuró en su momento que podría tratarse de una alusión a la Kabbalah hebráica. Gótico y de una maravillosa ejecución, el pequeño retablo situado a la derecha de la nave, no muy lejos de la puerta principal, nos muestra, seguramente basado en el Pseudo Beda, el fuscus -como diría Álvaro Cunqueiro-, o rey negro, no obstante sin corona, en una magnífica escena de la Adoración. Pero sin duda, una vez visto ese poema al Leteo o río del olvido que es la Muerte, la parte más espectacular, situada en el mismo y geométrico ángulo sacro que la pequeña sala capitular, es esa no menos pequeña capilla, marcada por el Árbol de la Vida que, con forma inequívoca de palmera, hace de puerta a un pequeño oasis donde, aún depauperadas las antiguas pinturas, entre ellas se observa -y quizás por ello, el peregrino se pregunta a qué extrañas ceremonias se sometían allí los sanjuanistas-, una preciosa cruz de Malta.
 
Cuando éste sale de la iglesia de Santa María de Wamba y deja vagar sus pensamientos mientras pasea sin rumbo fijo por calles que, como ya se dijo en la anterior entrada, recuerdan hitos y lugares del Camino de las Estrellas, una extraña sensación invade su espíritu. Y al igual que François Villon, él tampoco puede evitar preguntarse, si no referido a la belleza, sí a los fascinantes enigmas de la Historia, ¿dónde estarán las nieves de antaño?.