martes, 14 de febrero de 2012

Las Médulas: bailando con lobos



'Y ahora estos búfalos yacían muertos sobre la tierra, con las entrañas desparramadas sobre la pradera, sólo porque alguien quería sus lenguas y sus pellejos...' (1)


Algo que comienza a ser una constante en muchos lugares idiosincráticos de ésta vieja piel de toro que es la Península Ibérica -en detrimento de lo original y la aventura que conlleva siempre alcanzarlo tal cual es, o más o menos fue- es reconvertirlos en pequeños o grandes parques temáticos que, paradójicamente, y no en pocos casos, se quedan más o menos que en aguas de borraja durante buena parte del año, ofreciendo un aspecto híbrido, en algunos casos aterrador, que atenta contra la misma naturaleza del lugar. En realidad, quien pretenda hablar de ésta milenaria consecuencia que son Las Médulas, producto de una técnica agresiva y sobre todo apocalíptica con el medio ambiente -la ruina montium- tiene la obligación, ineludible, de aludir a ese terrorismo ambiental, que no es, sino, consecuencia de una lamia terriblemente hambrienta llamada codicia, que en tiempos se reencarnó en la fiebre expansionista de un imperio, el romano, que con el tiempo se convertiría en precursor, a mi juicio, del capitalismo moderno.

Aquí, en estos montes y en estos bosques sagrados, no bastaba sólo con reducir y conquistar a los pueblos asentados -celtíberos, en su mayoría- sino que también había que despojarles de todo cuanto de valor tuvieran o poseyeran, sin importar el precio y, por supuesto, el daño causado. A cambio -o como ellos dirían, quiz procuo- legaban algo que ellos consideraban de vital importancia: su civilización. O lo que es lo mismo: esclavitud, ruina, hambre, desesperación y muerte.

Es una gran verdad, por otra parte, que la Naturaleza es sabia. Con esa parsimonia con la que maneja sus propios y alquímicos procesos, supo restañar, en parte, algo de tan brutales heridas, con la precisión de un cirujano. No niego que cuando uno alcanza la cúspide -el aparcamiento habilitado queda unos doscientos o trescientos metros más abajo- su primera impresión es, desde luego, de deslumbre. No tanto por el espectáculo en sí, que lo es, como por los irrepetibles contrastes, donde los nitratos y los azufres han obviado una parte del infierno, para ofrecernos una dantesca acuarela impresionista que, a pesar de todo, puede considerarse incluso hermosa. Esta aseveración no quita, evidentemente, el cúmulo de sentimientos producidos por su visión. Subido allí arriba, en lo alto del Mirador de Orellán -posiblemente el más famoso y visitado de cuantos ofrecen acceso al lugar- no puedo evitar consignar aquí, al menos dos de los pensamientos que acudieron a mi mente y que ayer, casualmente, comenté con un proveedor en una improvisada y desenfadada reunión de trabajo. Digo bien, desenfadada, porque también él, aficionado a los viajes y cuanto más culturales mejor, fue quien, sabiendo de mis aficiones, sacó el tema a relucir. Evidentemente, decir que has estado en la provincia de León lleva, inevitablemente, a invitar a que ciertos lugares surjan espontáneamente, como la palabra cordero en el menú de un restaurante de Segovia. Las Médulas, obviamente, es uno de ellos.




Lo que le comenté a él, y lo que quiero comentar a continuación, fue una de las primeras impresiones, como decía, que me vino a la cabeza y que me hizo recordar una escena intensa, pero brutal, de una de las muchas películas que tengo como favoritas: Bailando con lobos. Ver esa ruina montium, aún de efectos restañados por la Naturaleza, me recordó la escena de la masacre de búfalos realizada por cazadores blancos. Estos montículos, despojados sin conmiseración de cuanto vegetación tuvieran hace milenios, se me representaron como los cuerpos sin piel y abandonados en la pradera, de los búfalos de la película. Tal cuál. Y a pesar de todo, el espectáculo fue incomparable.


Mi segunda impresión -acúseseme de templarismo irremediable, si se quiere- tiene que ver con el recuerdo de una gran escritora española, Matilde Asensi, y una novela, a mi modo de ver, extraordinaria: Iacobus (2). En ella, quizás con más sentido del que parezca a priori, Asensi sitúa en el interio del dédalo de galerías que conforman las minas, el lugar donde los templarios habían depositado los tesoros de la Orden, una vez disuelta ésta.


Mito, leyenda, fantasía... Considérese lo que cada uno quiera. Pero, teniendo en cuenta su presencia en el entorno -Cornatel bien pudo cumplir, entre otras, la función de puesto de control de acceso al lugar, y en Borrenes, el Temple poseía casa y terrenos- no es casual. Cierto que, posiblemente en los siglos XII a XIV que, aproximadamente, permanecieron éstos en el lugar, todavía se pudieran obtener interesantes cantidades de oro. Pero, ¿realmente sería demasiado fantasioso suponer que en las entrañas más enrevesadas de Las Médulas, no escondieran éstos, su particular caja fuerte?.


Ni quito ni pongo, simplemente expongo. Como también me gustaría complementar ésta visión de Las Médulas, recomendando otra visión amiga que, estoy seguro, cautivará por la frescura de sus impresiones:


Las Médulas: ¡la belleza de la destrucción!




(1) Michael Blake: 'Bailando con lobos', licencia editorial para Círculo de Lectores por cortesía de Ediciones Gribalbo, S.A., 1991, página 186.


(2) Matilde Asensi: 'Iacobus', Random House Mondadori, S.A., 12ª edición en formato Debolsillo, diciembre de 2005.