miércoles, 29 de febrero de 2012

Ponferrada vista desde su castillo templario



'Dijo un día el ojo a sus compañeros:

- Veo más allá de esos valles una montaña envuelta en nubes. ¡Qué montaña más solemne!.

- ¿Dónde está esa montaña que tú ves? -interrogó el oído, después de haber escuchado las palabras del ojo-; yo no oigo su voz.

- En vano pretendo sentirla -adujo la mano-. Allí no hay montaña alguna.

- Nosotros no podemos comprender -objetaron las narices- cómo puede existir esa montaña sin que nosotras aspiremos su perfume. Por tanto, no hay tal cosa.

Miró el ojo hacia el otro lado del cielo, riéndose dentro de sí, mientras los demás sentidos fueron a reunirse en un conciliábulo, deliberando sobre el motivo que indujo al ojo a tamaño desvarío. Después de una minuciosa investigación, llegaron por unanimidad a esta conclusión:

"El ojo, sin duda, ha perdido el juicio"'. (1)


Templaria y jacobea, meta soñada por el peregrino que desde Astorga afronta la cansina ascensión del monte Irago, descargando piedra en Foncebadón, pero llenando su morral de hitos y soledades, de callos y silencios, de anónimas esperanzas. Oídos, manos y narices posiblemente no lo adviertan, pero los ojos -seguramente motivados por la locura de ser herederos naturales del espejo que es el alma- verán que de la antigua Ponsferrata ha cambiado el envase, pero no la esencia. Ya no se oye el Te Deum Laudamus, ni el Non Nobis Domine, ni los gritos de Vive Dieu, Dulce Amor, de la caballería templaria lanzada al galope, ni el estruendo de los cañones renacentias escupiendo muerte por las aspilleras, ni los gritos de aliento al equipo local en los partidos de domingo, celebrados al cobijo de los arcanos muros del castillo; no hay centinelas de la patada fraternidad oteando el horizonte, ni bauceant enarbolado en lo alto de las almenas, sustituído por los pendones de Castilla y León. Pero con el aire frío, seguramente procedente de las cumbres mágicas del Teleno, sobrevive una estantigua de espectros ancestrales empeñada en reivindicar que todo en Ponferrada suene a ellos, suene a fratres, a pauperis, a milites y, desde luego, a Christi.
Ayer como hoy, y aunque en algunos lugares apunten hacia las afueras, la urbanidad de Ponferrada continúa arracimándose alrededor de su castillo. Antiguas o nuevas, no importa, las casas lucen el blanco en sus fachadas y el negro en la pizarra de sus tejados. Cercana y lejana en el tiempo, cosmopolita y provinciana, no puedo, si no, recordar a Gonzalo Torrente Ballester cuando decía que en Oviedo descubrió la arquitectura y en Compostela perfeccionó su descubrimiento (2) y pensar que en El Bierzo descubrí al Temple y en Ponferrada el Temple me descubrió a mí.



(1) Khalil Gibrán: 'El Ojo'.


(2) Gonzalo Torrente Ballester: 'Compostela y su ángel', Ediciones Destino, S.A., 1ª edición, noviembre de 1984, página 13.