El Camino ha sido siempre, ya lo sabes, la senda por la que ha circulado el conocimiento iniciático y donde se han preservado los misterios de la antigüedad...(Matilde Asensi)
sábado, 30 de abril de 2011
Hermanos del Camino
miércoles, 27 de abril de 2011
Una fantasía nocturna de Eunate
miércoles, 13 de abril de 2011
Semana Santa
domingo, 10 de abril de 2011
Regumiel de la Sierra y el oscuro encanto de las ignitas prehistóricas
jueves, 7 de abril de 2011
Fuente Sanza, Burgos: nacimiento del río Arlanza
A pesar de todo, no se trata de un territorio hostil, en su sentido de desconocido; su aparente estado de salvaje virginidad, se ha visto doblegado hace tiempo por la acción del hombre, y muchas son las comidas campestres que éste ha realizado y realizará en el futuro, en las mesas habilitadas junto a la orilla.
Y no obstante, he aquí un lugar, a mitad de camino, aproxidamente, entre Quintanar de la Sierra y Neila, en el que detenerse unos minutos para oxigenar el espíritu, ¡y quién sabe!, quizás conseguir un encuentro con un ser mágico que, como Ondina, anhela decirle al hombre que, aunque no lo crea, aún continúan subsistiendo, aunque en espacios cada vez más reducidos.
(1) Barón de la Motte-Fouqué: 'Ondina', Ediciones Obelisco, S.A., 1ª edición, julio de 1984, página 7.
martes, 5 de abril de 2011
La necrópolis de Revenga
Ambientados en este punto, intentemos situarnos ahora, históricamente, en una primera mención, fechada en el año 1008, por la que sabemos que el conde Sancho García otorga una iglesia vacía -¿visigoda?- al monasterio de San Millán de la Cogolla; otorgamiento, que traería consigo la llegada de monjes que ampliarían las dependencias de la iglesia y a cuyo alrededor se irá asentando una pequeña comunidad, cuyas huellas conocemos hoy como el despoblado de Revenga. Con posterioridad, ya introducidos en el siglo XIII, estando la Reconquista en su punto álgido, el lugar pasó a depender del monasterio de San Pedro de Arlanza, una joya arquitectónica que, desgraciadamente, se encuentra en ruinas en la actualidad.
A escasa distancia del enclave, y rodeado de altos pinos, un promontorio rocoso brota como un pecho de las entrañas de la Diosa Tierra. El día es caluroso y apenas una leve brisa agita las hojas marchitas que, probablemente heredadas del otoño, las nieves del invierno han conservado para que el aire de la primavera las bambolee a su antojo, esparciéndolas hasta deshacerlas en polvo. Horadadas en su superficie, como arrugas que el tiempo ha ido labrando en un campo de mármol, infinidad de cavidades de formas y tamaños variados. Son sepulturas que pertenecen a otras gentes, a otro mundo, lejano en el espacio, pero, en esencia, quizás no tanto en el tiempo. Las hay con forma antropomorfa, que representan las características del cuerpo humano; otras, con forma de bañera; algunas, tan pequeñas, que enseguida se adivina, con cierta congoja, qué pequeños seres humanos fueron sepultados allí. No obstante, de todas, y por su inusual longitud, destaca una, cuya visión remueve en las conciencias las primigenias leyendas de gigantes.
(1) Jorge Luis Borges: 'Antología poética 1923/1977', Alianza Editorial, S.A., 2ª edición, 1983, página 42.