martes, 28 de agosto de 2012

El Santuario de Estivaliz


'Acabo de cargar con una responsabilidad que no sé si debo asumir: la de guiar al peregrino que emprensa la Ruta Jacobea. ¿Quién soy yo para guiar a nadie?. ¿Quién es nadie para guiar a quien debe guiarse solo, si es que realmente desea encontrar las claves de una ruta que es encuentro consigo mismo?' (1).

Con estas entrañables palabras, comenzaba Juan García Atienza, otro de esos libros maravillosos que nos presentaba, no sólo una visión particular de ese camino tremendamente mistérico que es -o fue, porque muchas claves se han perdido- el Camino de las Estrellas, sino también, me atrevería a decir, una mágica reseña destinada a sobresaltar nuestro sentido de la observación y la intuición. Como continuaba unas líneas más abajo, por nada del mundo se consideraba maestro; de manera, que advertía que nadie tenía el deber de confiar en él a ojos cerrados, ni tampoco de asentir a todo cuanto dijera.
Tampoco a mí se me ha pasado por la cabeza, de ninguna manera, compararme con él. Más que nada porque, honestamente, no le llego ni a la suela de las botas, y aunque las mías han acumulado una considerable cantidad de polvo de los caminos, apenas resulta suficiente para igualar los montículos sagrados que cubrieron en vida las suyas.
Por eso, y porque hay lugares que es preferible dejar que hablen por sí mismos, no quiero extenderme, con este Santuario de Estivaliz. Prefiero que seáis vosotros, los que asiduamente o por casualidad pasáis por este sufrido blog caminero, los que juzguéis por vosotros mismos, dejándoos llevar por la belleza ancestral de su entorno, por sus señales, por esas sensaciones que, espero, a través del visionado de los vídeos, os hagan sentir, aunque sea plácidamente sentados frente a la pantalla del ordenador, que estáis en un lugar decididamente especial. Un lugar que ya fue sacro hace miles de años, antes de que la Virgini Pariturae de las tradiciones célticas preveyeran el nacimiento de aquél que habría de elevar su templo por encima de las demás religiones. Quizás por eso, tampoco las canciones las he elegido al azar, independientemente de que gusten o no; en realidad, el Hymne a la femme, de Vangelis, me recuerda los antiguos cultos que aquí seguramente se desarrollaron en torno a la figura de la Diosa Madre, convenientemente continuados en la figura de Nª Sª de Estívaliz. Y el entorno, ese milenario, primigenio bosque selvático que rodea al Santuario como una dulce sábana, no deja de tener, en su vertiente figurativa, un cierto deje de melancólica nostalgia, similar a ese canto del corazón que, en el fondo, suele brotar de una garganta portuguesa con el nombre de fado.


Aún en silencio, uno fada -permítaseme la expresión- de nostalgia cuando está en un lugar como éste, dejándose embarcar voluntariamente en esa nave blanca del olvido, cuya proa levanta espuma en las olas tranquilas del mar de la quietud.
Os invito, pues, a embarcaros también y dejaros llevar por el encanto del Santuario de Estívaliz.

(1) Juan García Atienza: 'El Camino de Santiago: la Ruta Sagrada'. Ediciones Robinbook, S.L., 2002, página 11.