miércoles, 29 de julio de 2009

lunes, 27 de julio de 2009

domingo, 26 de julio de 2009

Foráneos del Cantábrico: Tazones

De referirme a Tazones como a otra perla del Cantábrico, seguramente muchos piensen que estoy exagerando, pero no es así. De hecho, este pueblecito marinero, situado a unos diez kilómetros, aproximadamente, del casco urbano de Villaviciosa, cautiva, y mucho, por su belleza.
Apenas pasan unos minutos de las nueve de la mañana, cuando llego al aparcamiento situado al comienzo del pueblo. No tan pronunciada como en el caso de Cudillero, los habitantes de Tazones aún duermen el sueño de los justos, al cobijo de una ensenada que proteje, también, su pequeño puerto pesquero.
Diríase, pues, que hablo de un pueblo fantasma a esas horas de la mañana, si no fuera por el barrendero, que desciende la cuesta unos metros por delante de mi, empujando su carrito, donde los palos de varias escobas parecen simular, quizás, los mástiles recogidos de velas de ese pequeño balandro blanco que se balancea dulcemente en un bálsamo de aguas de color verde esmeralda, que parecen reflejar la exhuberante vegetación de los farallones que circundan la ensenada; o por la pareja de guardias civiles que, no muy lejos del balandro, enfrente de la Lonja, para ser exactos, platican animadamente, compartiendo un cigarrillo. Pero, posiblemente, lo que mejor defina la verdadera idiosincracia de un pueblecito costero como Tazones, sea ver esas barquitas que faenan no demasiado lejos de la costa, meciéndose suavemente en un mar, el Cantábrico, que a diferencia de ayer en Cudillero, hoy se ha levantado tranquilo y sereno, como dice la canción.

El vuelo de las gaviotas acechando en la bahía, algunas posadas en tierra, picoteando y excarvando la dorada arena y otras manteniendo un perfecto equilibrio en los mástiles sedientos de mar de algunas barquichuelas, con nombre de mujer, varadas puerto adentro, al comienzo de las calles. No muy lejos de éstas, destacando junto a la panadería, que sirve, a la vez, como tienda donde forrar la maleta de recuerdos artesanos envueltos en papel de periódico, una casita -la de les Conches- llama poderosamente la atención, siendo el foco de atracción principal del marinerito barrio de San Roque.
Conchas y caracoles de todos los tipos y tamaños, que lanzan destellos de colores al ser alcanzadas por los primeros rayos del sol de la mañana, revisten sus muros y columnas, meintras que algo más allá, y al principio de la cuesta, un hórreo centenario trae a la memoria las señas de identidad de una arquitectura autóctona y popular, que se ha mantenido vigente a lo largo de los siglos.
Suena el eco de cencerros y campanas en la distancia, e intuyo que el ganado, despierto hace rato, espera con ansiedad el momento de ser liberado de su encierro, para lamer el rocío plateado que corona las puntas de hierba de los cercanos prados.
Después de la resaca de la noche, el personal de los lugares de restauración va abriendo lentamente las puertas, armados de escobas y fregonas; en cuestión de horas, el ataque turístico volverá a la carga y la ligera brisa que lame la espuma de las olas llevará consigo, también, una pequeña babel idiomática, cuyo denominador común será, no me cabe duda, una mediática alegría estival.Tazones, un pueblecito marinero en la costa del Cantábrico y una estrella de ocho puntas en la ría de Villaviciosa.

viernes, 24 de julio de 2009

Foráneos del Cantábrico: Cudillero

Cudillero - Cuillero

Situado en plena costa cantábrica, a unos 40 kilómetros de Oviedo, y a 50 kilómetros, aproximadamente de una ciudad marinera de particular encanto también, como es Luarca, es durante estos meses estivales cuando a Cudillero se le podría definir como ese pequeño Caribe asturiano, que atrae en vacaciones a cientos de visitantes, llegados de diferentes puntos de España y también del extranjero. Quizás por este detalle, y porque han hecho del turismo su principal fuente de ingresos, aparte de la pesca, en su paseo marítimo ondean visiblemente, mecidas por el viento, las banderas de todas las comunidades autónomas.


Posiblemente debido a ese turismo, invasor y caprichoso, que todos los años multiplica su población por tres, los lugares de estacionamiento de vehículos han ido restándole sitio, en el puerto, a terrenos donde antaño se refugiaban docenas de pequeñas embarcaciones marineras, cuyos alegres colores, en muchas ocasiones alejan de la realidad lo que en definitiva son las alegrías y tristezas de una raza marinera cuya fama dio la vuelta al mundo en el pasado, pero cuyo orgullo continúa intacto en el presente.



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Peregrino en Asturies

Existe todo un mundo ahí fuera: ¡ve y descúbrelo!, escribía Rudyar Kipling en una de sus novelas más conocidas y entrañables: Kim, de la India. Estábamos todavía en los albores de un siglo, el XIX, en el que aventura y exotismo enmascaraban, de algún modo, grandes vergüenzas de la Humanidad, como el imperialismo y la esclavitud. Un siglo donde el hombre, quizás más que en ningún otro, y seguramente lejos de motivos altruistas, sintió la necesidad de explorar y conocer el mundo que le rodeaba. De esa manera, surgieron numerosas asociaciones de carácter más o menos científico -como la National Geographic Society norteamericana- que enviaban especialistas y expediciones a todo lo largo y ancho de la geografía mundial creando, de alguna forma, los pilares de lo que en el futuro se convertiría en todo un fenómeno de masas: el turismo.
Lejos de considerarme un turista, propiamente hablando, me considero mejor un aventurero; alguien que, lejos de pretender alcanzar los efímeros laureles de una fama que no sirve, si no, para alimentar vanidades de las que el ser humano, por su condición, va ampliamente sobrado, siente una especial atracción por conocer su país y llegar algún día a vislumbrar parte de una Historia rica en matices y acontecimientos que, intencionadamente o no, se nos ocultan en esas frías, aburridas escuelas donde tradicionalmente se nos pretende formar como hombres de provecho.
Por eso, porque tengo tantas preguntas y tan pocas respuestas, soy inquieto. Y esa inquietud me induce, por ejemplo, como en este caso, a dejar atrás los campos de Castilla y penetrar en otro mundo; un mundo en el que hasta las nieblas que coronan sus valles y montañas; sus pequeñas aldeas, sus riachuelos, su arte antiquisimo o la belleza de sus costas, te hacen pensar en la Magia. Y que ésta, lejos de la entrañable fantasía, digamos, por ejemplo, de Walt Disney, existe. Porque yo entiendo por Magia, todo aquello capaz de sorprenderme.
Dejadme, pues, que os muestre la Magia de mi última peregrinación por Asturias; un pequeño viaje mágico con el que espero que disfrutéis tanto como lo hice yo. Y quién sabe: a lo mejor, hasta también vosotros os sorprendéis y llegáis a sentir parte de esa Magia de la que nunca me canso de hablar.

martes, 21 de julio de 2009

Navarra

Etapa III
Segunda Parte

Estella


La capital del románico navarro, en opinión del historiador Julio Caro Baroja, y, paradójicamente, la ciudad donde el románico se nos negó, al estar en obras y totalmente cubierta de lonas y andamios, su joya principal: la iglesia de San Pedro de la Rúa.

Una ciudad que, a continuación de Puente la Reina -una continuación de apenas 20 kilómetros- constituye otro de los puntos fuertes en el Camino de Santiago, y paso obligado, por tanto, de los peregrinos que se dirigen hacia Santiago de Compostela.

Monasterio de Irache y Fuente de lo Peregrinos

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Fuente de los Peregrinos

Después de comer opíparamente en Estella, recalamos en el monasterio de Irache, situado en las cercanías, antes de continuar ruta hacia Torres del Río, desde donde tenemos previsto regresar a Madrid, atravesando tierras de Logroño y Soria. Son las tres y media de la tarde y el antiguo monasterio está cerrado a cal y canto. Hemos de esperar, pues, hasta las cuatro, y mientras tanto, echamos un vistazo alrededor.

La marca vitivinícola Irache, posee un pequeño establecimiento situado enfrente del monasterio; pero, al igual que éste -y a pesar de las tres y media, hora de apertura que figura en un cartelito adosado a la puerta- hemos de esperar también hasta las cuatro para curiosear en su interior.

Entre éste y el monasterio, un sendero conduce, tal y como indica el cartel situado al comienzo del mismo, a la Fuente de Vino. Posiblemente más conocida como Fuente de los Peregrinos, se encuentra adosada a la parte de atrás del establecimiento y, aparte de algunas peculiaridades, posee dos grifos: uno de vino y otro de agua, debidamente especificados.

Destacan, principalmente, dos carteles situados a ambos lados de la fuente, en los que se puede leer lo siguiente:

¡Peregrino!

Si quieres llegar a Santiago

con fuerza y vitalidad,

de este gran vino echa un trago

y brinda por la Felicidad.

Fuente de Irache

Fuente del Vino

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Normas de Uso

A beber sin abusar

te invitamos con agrado,

para poderlo llevar

el vino ha de ser comprado.

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Torres del Río: iglesia del Santo Sepulcro

La última etapa de nuestra ruta por el Camino Jacobeo de las Estrellas, y sin embargo, todo un compendio de sabiduría, arte, hermetismo y misterio hacen de ésta iglesia del Santo Sepulcro uno de los templos más enigmáticos de todos cuantos existen en nuestro país.

Como en el caso de Santa María de Eunate, los investigadores ven la presencia del Temple entre sus muros, aunque, a diferencia de ésta, la verdadera función de tan desconcertante iglesia, trae de cabeza a cuantos investigadores se han adentrado en ella, hasta el punto de que incluso los historiadores más ortodoxos presienten en su pequeña planta circular, un lugar más propio para ceremonias de índole desconocida, que como templo consagrado exclusivamente a la oración y a los fieles.

Para aquellos que aceptan la teoría de que este tipo de construcciones de planta octogonal definen un modelo de construcción de índole netamente templaria, la iglesia del Santo Sepulcro es, junto con la de Santa María de Eunate y la Vera Cruz de Segovia, la tríada netamente templaria más destacable de la Península Ibérica.

sábado, 18 de julio de 2009

Navarra

Etapa III
Primera Parte

Santa María de Eunate


Magia, leyenda y misterio. Sobre todo, mucho misterio en cuanto a los orígenes y la función de ésta hermética ermita navarra que, situada fuera del Camino Jacobeo de Santiago, propiamente hablando, constituye, sin embargo, un punto neurálgico que hace que los peregrinos se desvíen ex-profeso de la ruta, para encomendarse a Santa María, realizar las tres vueltas simbólicas alrededor del cubículo octogonal -como manda el ritual- e intentar encontrar respuesta a sus preguntas en los crípticos mensajes de sus capiteles.

En Eunate, la Magia se convierte en Tradición, y no falta quien intuye en ella -aparte de la sombra chinesca de los freires milites o caballeros templarios- un compendio de enseñanzas astronómicas de primera magnitud, en un intento, quizás revolucionario, de interpretar la hermética subyacente en los capiteles a los que hacía referencia en el párrafo anterior.

Situada junto al pueblo de Eneriz y a escasos kilómetros de un punto estratégico de reunión de peregrinos, como es Puente la Reina, el desolado entorno donde, por algún motivo desde luego especial, se decidió su construcción, no tiene, tampoco, desperdicio alguno: el Campo de la Estrella y el Monte del Perdón.

El tema de la estrella, sobre todo, tiene aquí una vital importancia. No sólo por las numerosas advocaciones virginales que la llevan en el nombre y cuya leyenda -basada en el milagro de su descubrimiento- está asociada a una misteriosa estrella; o como la propia fundación de la cercana localidad de Estella (estrella), sino porque también, como aquélla otra que guió a los Magos, una estrella fue el Alfa o el Principio del Camino de Santiago, cuando señaló el lugar preciso donde se hallaban los restos del Apóstol, aunque algunos investigadores barajen la hipótesis de que dichos restos pertenecieran, en realidad, al hereje Prisciliano.

No obstante, centrando otra vez nuestra atención en Eunate (Onate o Puerta, como sería en realidad su nombre), caben numerosos interrogantes, entre los cuales, desde luego, está la cuestión de su auténtica función: ¿iglesia funeraria o enclave de poder, y por lo tanto, de iniciación?. Personalmente, creo que de todo un poco.

Puente la Reina

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Puente de los Peregrinos

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viernes, 17 de julio de 2009

Jaca-Navarra II

Etapa II
Segunda Parte
Monasterio de San Juan de la Peña

Enclavado en un cobijo rocoso de la Sierra de San Juan, desde el que se domina una increíble panorámica del Valle de Atarés, el milenario monasterio de San Juan de la Peña es todo un referente en el largo y tortuoso camino que todo peregrino ha de recorrer en su viaje hacia Compostela y la tumba del Apóstol.

De hecho, y sirva como anécdota, después de nuestra visita a tan emblemático lugar, tuvimos el grato placer de acercar a una peregrina francesa de cierta edad -detalle que no deja de tener su mérito-, hasta el cercano pueblecito de Santa Cruz de la Serós. A la magia subyacente a un lugar cuyos prolegómenos históricos se pierden en la noche de los tiempos, anteriores y posteriores a la conquista musulmana de la Península, se une, también, ese genuino espiritu de solidaridad, que consigue que, a fin de cuentas, los destinos de peregrinos y visitantes se conviertan en algo cuya trascendencia sea capaz de permanecer para siempre en el recuerdo de unos y otros, y que podría considerarse, peyorativamente hablando, como uno de los auténticos milagros del Camino.

Posiblemente ahí radique el verdadero sentido, la idiosincrática finalidad de un lugar maravillosamente varado en los muelles imperceptibles del tiempo, como es el legendario monasterio de San Juan de la Peña.

No existe una certeza absoluta acerca de los orígenes del monasterio; aunque sí se sabe que tanto el lugar de su emplazamiento, como las inmediaciones del mismo, fueron hogar, en tiempos, de eremitas -un fenómeno que se expandió como un reguero de pólvora por numerosos lugares de la Península, sobre todo a partir de ese funesto siglo VIII, con la invasión musulmana y la debacle del reinado visigodo- así como refugio de las gentes que huían de las continuas y mortales razzias musulmanas, en este caso concreto, de aquéllas desarrolladas, sobre todo, por el califa cordobés Abd al-Ramman en el siglo VIII, una vez defenestrado el reino visigodo y tomada y saqueada Toletum o Toledo, la capital.

Otros, sin embargo, ven en San Juan de la Peña y su formidable entorno, un foco de resistencia que, cuál una Covadonga jaquesa, pusieron en jaque -y nunca mejor utilizada dicha expresión- a unos invasores que se pavoneaban sin apenas resistencia por un país en plena descomposición, que en el fondo, se negaba a perder su identidad.

Pero, quizás, independientemente de cuáles fueran estos comienzos y las causas aparentes que los motivaron, una de las personas que mejor supieron definir la magia y el entorno de San Juan de la Peña, fue el escritor Miguel de Unamuno, quien hablaba de tan entrañable cenobio, definiéndolo en estos términos: la boca de un mundo de peñascos espirituales revestidos de un bosque de leyenda, en el que los monjes benedictinos, medio ermitaños, medio guerreros, verían pasar el invierno, mientras pisoteaban la nieve jabalíes de carne y hueso, salidos de los bosques, osos, lobos y otros animales salvajes... (1)

Sin embargo, como hemos dicho, los orígenes del monasterio de San Juan de la Peña se pierden, pues, en las brumas impenetrables, por regla general, de la leyenda; brumas alimentadas, aún más, si cabe, por la escasez de documentación al respecto, así como por la aparente falta de objetividad de la mayor parte de la escasa documentación que milagrosamente ha sobrevivido hasta nuestros días.

(1): Domingo J. Buesa Conde: 'Monasterio de San Juan de la Peña', Editorial Everest, 2ª Edición, Año 2007.

Navarra: Monasterio de Santa María de Leyre

Situado en las inmediaciones de la sierra que lleva su nombre, y franqueado por las aguas del embalse de Yesa, el monasterio navarro de Leyre es un lugar que en modo alguno deja indiferente al visitante. Cuando uno camina sin prisas por sus alrededores, resulta de una facilidad sorprendente creer a pies juntillas, por ejemplo, en la leyenda del sueño de San Virila, que constituye una parte importante de ese corazón de Arte, Historia, Tradición, Naturaleza y Recuerdos, que consolidan la Magia inherente a un lugar que parece haberse detenido para siempre en el tiempo.

Sierra, cielo y embalse, conforman lo elementos esenciales que convierten los atardeceres y los amaneceres de Leyre, en perfectas acuarelas que inmediatamente traen a la memoria los impresionantes paisajes shambhálicos reflejados por Nicolás Roerich cuando, allá por los convulsos años posteriores a la Revolución Rusa, exloraba el Asia Central, enfebrecido por la persistente tradición del Agharta y el Rey del Mundo. Buscando, en definitiva, un lugar de Sabiduría y de Paz.

Y es que, si nos dejamos llevar por el significado subyacente en el vocablo agharta, no nos será difícil llegar a la conclusión de que Leyre es, en el fondo, también un arca -en su sentido de recipiente o contenedor- que alberga un tesoro que, lejos de estar escondido y obedecer a la avaricia del ingenuo materialista, se muestra, con todo su esplendor, a todo aquél que acude con humildad y respeto, tanto por primera como por enésima vez.

Pero antes de hablar de este tesoro exotérico, evidente y visible, que lleva nombres tan sugestivos como la cripta, el túnel de San Virila, Santa María de Leyre o la Puerta Speciosa, considero que sería prudente entrar por unos breves instantes en el mundo de lo anecdótico, y hablar, siquiera de pasada, de algo que suele ser un gran desconocido en el mundo enloquecido en el que vivimos: el Silencio.

No me refiero a ese silencio típico de toda tradición hermética, que los iniciados deben respetar para mantener a salvo unos secretos milenarios; secretos de tal magnitud, si hemos de hacer caso, que podrían cambiar los destinos del mundo. Tampoco me refiero a ese otro silencio que ni siquiera a partir de una hora tardía, como puedan ser las doce de la noche, cuando apagamos las luces de la casa y nos retiramos a descansar, deseamos que alguna vez sea completo. En absoluto; me refiero al silencio global; a ese silencio cosmológico, que te hace sentir que estás en otra dimensión y que, cuanto más te sumerjes en él, más y mejor lo palpas, como una entidad totalmente independiente pero real, que te envuelve y abraza como una madre, si se me permite la metáfora.

A las nueve de la noche -Novenas, si hemos de guiarnos por esa distribución tan eclesiástica de medir el tiempo- en la iglesia, frente a la hierática mirada de Santa María, se celebra una ceremonia que todo amante del románico debería de presenciar, al menos una vez en la vida, para dar cumplido testimonio de la variedad de sensaciones que se producen cuando se alían tres elementos estrella: la Fe, el Arte y la Música.

La curiosidad inicial, pasa a un segundo término, cuando se observa en los primeros bancos a varias personas que arrastran -en determinados casos, de nacimiento- impedimentos físicos y otras enfermedades, que nadie desearía para sí mismo. Llama poderosamente la atención -y estos puede ser un detalle sobre el que meditar- la confianza y la fe que desbordan en sus miradas y semblantes, hasta el punto de que hay un momento en el que se llega a pensar que cualquier cosa, por inalcanzable que parezca, es posible.

Suena el órgano, situado en el coro, allá, en la parte trasera de la iglesia y las notas comienzan a expandirse por un universo diluido, etéreo e invisible, aunque real, cuyo eco parece surgir, directamente, de las asentadas piedras que conforman éste inmemorial, románico recinto.

El efecto, mágico como pocos, se incrementa con el canto armónico que brota, como un suspiro, de las gargantas de seis monjes oficiantes.

Navarra: Castillo e Iglesia de Javier

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jueves, 16 de julio de 2009

Jaca y Navarra

Etapa II
Primera Parte
Santa Cruz de la Serós

A escasos kilómetros de Jaca, y anclada como un arca bíblica entre la Sierra de San Juan de la Peña y la ribera izquierda del río Aragón, el pueblecito de Santa Cruz de la Serós recibe -engalanado de una historia que se remonta, cuando menos, a los albores del siglo XI- a visitantes y peregrinos que en su largo deambular por el Camino de las Estrellas, encaminan sus pasos hacia el cercano monasterio de San Juan de la Peña.
Apartando por un tiempo de la mente los sueños griálicos sobre los que levitan con frágil estabilidad la avidez, el deseo, la especulación y la ignorancia de los hombres, este pueblecito de la serranía jaquense, distante apenas una cincuentena de kilómetros de la frontera natural con Francia, y por lo tanto, con el hermano Camino de las Estrellas francés, sorprende, apenas se pone los pies en él, con una arquitectura característica y montañesa, en cuyos tejados destaca -como la luz de la luciérnaga en la oscuridad- la peculiar forma de sus chimeneas troncocónicas, popularmente conocidas como espanta brujas. Y es que la magia, la brujería y sobre todo los hechizos, son una constante en la riqueza folklórica aragonesa, a la que se suma la exhuberante belleza de sus parajes, así como también, la rica y variada gama de monumentos histórico-artísticos que jalonan una región cargada de Historia y de recuerdos.
Prueba de lo que digo, así como del hechizo que obnuvila al visitante -incluso cuando todavía está acercándose- es la monumental iglesia que en tiempos perteneció al Monasterio conocido como de Santa María. Y hablando de hechizos, no deja de ser un inolvidable sortilegio, contemplar precisamente la alta, estilizada silueta de ésta auténtica joya del románico jaqués, desde la terraza del Hostal Santa Cruz, situada justo enfrente, mientras se paladea con auténtica gula una jugosa rebanada de pan tostado bien untada de aceite, y se saborea un café cuya leche parece haber sido recién ordeñada.
Observar el griterío -no de los niños, que a pesar de ser las diez de la mañana, parecen continuar durmiendo, nadie más que ellos, el sueño de los justos- sino de las docenas o quizás centenas -y no exagero- de golondrinas que evolucionan rápida, alegremente alrededor de la alta torre escalonada.
Un vecino bebiendo un largo trago del agua fresca de la fuente que se localiza en la plazuela, mientras otro encamina sus pasos entre bostezos hacia la tienda de artesanía regional situada en la cuesta, un poco por encima de la iglesia y el humo de varias chimeneas, de varias espanta brujas tradicionales, coronadas por una cruz de piedra, ascendiendo perezosamente hacia un cielo azul que, aunque muestra algunas legañas en forma de nube, amenaza, no obstante, con no ser obstáculo alguno para un sol que en lo más alto, augura un día caluroso y a la vez espléndido.
Estampas de pueblo, que en nada desmerecen con un lugar que, tradicionalmente, está considerado como la antesala del monasterio de San Juan de la Peña. Un lugar, que allá por el siglo XI, como decía al principio, nació y creció a la sombra de dos importantes monasterios -San Juan de la Peña y Santa María- y que debe su nombre, de la Serós, a la importante comunidad religiosa femenina que se desarrolló en éste último.
Salvo la iglesia, no queda rastro alguno del antiguo cenobio, aunque sí huellas de hermanamiento cultual que relacionan al pueblo con otras provincias, si tenemos en cuenta a otra no menos peculiar ermita, situada a la entrada de éste, junto a la carretera que, perdiéndose en la montaña, asciende hasta el monasterio de San Juan de la Peña: la ermita de San Caprasio, también del siglo XI.
Llama poderosamente la atención el nombre de éste santo -San Caprasio o San Cabra- no demasiado valorado -por no decir, querido- en el seno ortodoxo de la Iglesia, cuya ermita, de ábside pequeño y semicircular, una sola planta y variantes de origen lombardo, recuerda, inmediatamente, las ruinas del cenobio de igual nombre, que se localizan en la localidad soriana de Suellacabras.


Santa Cruz de la Serós: iglesia del Monasterio de Santa María (siglo XI)

En la iglesia de Santa María tenemos, sin duda, uno de los edificios más emblemáticos e importantes del románico oscense. Su perfil, definido por una torre de remate octogonal, recuerda, en parte -ojo, digo en parte- la forma de otros edificios, como la iglesia de San Miguel de Lillo, joya, también, del prerrománico asturiano. Su historia, que se remonta a los nebulosos idus del siglo XI, está asociada con figuras importantes de la realeza de la época, contando con el mecenazgo de doña Sancha, hija del rey Ramiro I, quien ingresó en el cenobio en 1070, al enviudar de Armengol III de Urgel. Con ella, ingresaron también su hermanas doña Urraca y doña Sancha, detalle significativo por el que se puede entender la protección y las generosas contribuciones de la familia real a la congregación religiosa establecida en el lugar, situado a la vera de un importante monasterio: San Juan de la Peña.

Declarada con todo merecimiento Monumento Histórico-Artístico, llama la atención su espléndido pórtico, en el que se pueden apreciar, entre otros numerosos detalles, dos curiosas inscripciones, cuyo mensaje evangélico está directamente relacionado con el Camino de las Estrellas.

Ambas inscripciones, se encuentran localizadas en el dintel del pórtico principal, la primera y en el círculo del crismón, la segunda. Su contenido, es el siguiente:

'Corrígete antes de invocar a Cristo'.

'Yo soy la Puerta fácil, entrad por mi, fieles. Yo soy la Fuente de la Vida, tened sed de mi más que de vinos. Todos los que penetréis en este templo bienaventurado de la Virgen'.

Santa Cruz de la Serós: ermita de San Caprasio (siglo XI)

De igual manera que ocurrió en tiempos con la iglesia de Santa María, la ermita de San Caprasio constituye en la actualidad la única construcción superviviente de un cenobio religioso, aunque en este caso, de índole masculino.

Los historiadores tienden a considerar a ésta ermita, como parte de lo que se puede denominar como el primer románico de origen lombardo introducido en la Península a través de los condados catalanes, algo natural, en definitiva, si tenemos en cuenta la escasa distancia que existe entre Santa Cruz de la Serós y la frontera francesa, situada a apenas unos cuarenta kilómetros de distancia.

Por otra parte, al referirnos a ésta curiosa ermita de San Caprasio, hablamos, a priori, de un edificio pequeño, sin ornamentación, ni aparentemente huellas de marcas de cantería que puedan indicarnos alguna pista acerca del gremio que trabajó en la zona, que se compone de una sencilla nave con dos tramos y un pequeño ábside semicircular.

Su interior, austero donde los haya, muestra una pequeña pila de agua bendita, adosada a la pared, en el lado izquierdo de la puerta. Su único, escueto mobiliario, consiste en dos bancos de madera, que se encuentran situados a ambos lados del altar de piedra, sin relieve aunque posiblemente original. Por detrás de éste, y hacia el centro, coincidiendo con el estrecho ventanal, una pequeña repisa escalonada soporta el peso de una estatua policromada -posiblemente de madera- que representa al santo. La túnica, así como la toga que viste, denotan un atuendo de probable influencia romana; en su mano izquierda, porta lo que podría considerarse su atributo: una pluma.

La peculiaridad de este santo, aparte del nombre -San Caprasio o San Cabra, ya mencionado por muchos autores en el pasado, como Juan García Atienza- es que es poco conocido en la Península, y que yo sepa, su culto sólo se localiza en otra región; concretamente en Soria, en el pueblecito de Suellacabras -aquí el paralelismo con el nombre supongo que tiene mucho que decir- cercano a las localidades de Renieblas y Almajano.

A diferencia del San Caprasio jaqués, del San Caprasio soriano existe una figur -recuperada de las ruinas de su ermita-cenobio y actualmente conservada en la ermita de la Virgen de la Blanca- que lo representa con los atributos de obispo, incluídos unos guanteletes negros.

Como hecho significativo también a destacar, añadir que junto la ermita de San Caprasio, en Santa Cruz de la Serós, hay un pozo, que bien pudiera señalar la existenci, en el pasado, de algún dolmen u orientar hacia la posible hipótesis de que tal vez en el lugar se desarrollaran cultos anteriores al Cristianismo, y por lo tanto paganos, que fueron reemplazados con el tiempo.

Añadir, por último, que no es el primer caso de hermanamiento cultual con otra región, pues, como veremos más adelante, en Puente la Reina, la iglesia de Santiago queda igualmente hermanada con la localidad segoviana de Santa María la Real de Nieva, a través de la Virgen de Soterraña, aunque con algunas curiosas diferencias a destacar.

miércoles, 15 de julio de 2009

Caesar Augusta

Foto cortesía de Paz Villén


Etapa I
Existe una Tradición antiquísima, que asocia a la Virgen del Pilar con Santiago el Mayor, ambos Patronos de España. Se remonta al año 39 después de Cristo, cuando éste se encontraba predicando en la antigua Zaragoza; es decir, en la romana Caesar Augusta. Allí se le apareció la Virgen sobre una columna o un pilar de jaspe, alentándole -es de resaltar el desánimo del apóstol- a que continuara predicando, a pesar de los pocos resultados obtenidos hasta entonces, y pidiéndole, también, que construyera una iglesia en el lugar exacto de su aparición. Entre otras cosas le dijo, y esto parece ser una profecía, que el pilar permanecería allí hasta el fin de los tiempos.
La Tradición asevera, así mismo, que a Santiago le acompañaban en aquél momento sus discípulos Atanasio y Teodoro, los cuales, con el tiempo, llegaron a ser los primeros obispos de la capital aragonesa.
Independientemente de las concepciones religiosas de cada uno, lo que sí que considero un hecho indiscutible, es que el lugar donde se levanta la Basílica del Pilar, en la plaza que lleva su nombre, junto a la Seo -magnífica y recién peinada, podría decirse- el Ebro y los restos de las antiguas murallas, constituye, no me cabe duda, repito, el auténtico corazón de ésta entrañable ciudad, así como un bastión donde la Fe, a falta de prueba física que demuestre que mueve montañas, sí ha dejado una prueba evidente, palpable y medible por cualquiera, de que al menos es capaz -¡y cómo!- de desgastar la piedra.
Que nadie se eche las manos a la cabeza, porque es totalmente cierto lo que digo, como tuve ocasión de comprobar en ésta, la primera etapa de una ruta por el Camino de las Estrellas, cuyas vicisitudes me propongo ir describiendo con paciencia y entusiasmo a lo largo de la presente y las siguientes entradas.
Como digo, el peso de la Fe es medible en la Basílica del Pilar; hasta el punto de que constituye un detalle de interés tan impresionante, o quizás más, que los extraordinarios frescos que adornan su cúpula, incluído, particularmente, aquél que se atribuye a un artista de la talla de Francisco de Goya.
No muy lejos de donde se encuentra situado éste, y concretamente detrás del camarín que contiene la pequeña imagen de la Pilarica, Señora Majestuosa y Reina encima de su perpetuo pedestal, hay un escalón de mármol que sirve como reclinatorio a los fieles. Una vez reclinados, y aproximadamente a la altura de los labios, una pequeña abertura deja al descubierto parte del pilar original. Resulta impresionante, como digo, observar el desgaste producido en el suelo, en el escalón y en la parte concreta del pilar, hasta el punto de llegar a sentir vértigo intentando imaginarse el inconcebible número de fieles y peregrinos que han pisado el suelo, se han postrado sobre el escalón y han besado el pilar a lo largo de los siglos. Tan inconcebible, es obvio, como para producir ese efecto de desgaste de tal magnitud en dichos materiales.
Con tales antecedentes, no es de extrañar que Zaragoza sea un referente y parada obligatoria para todos aquellos que, dirigiéndose a Santiago de Compostela siguiendo la llamada Ruta Jacobea, consideren la necesidad de hacer un alto en tan sagrado y emblemático lugar.
Pero también resulta digna de mención, esa otra Zaragoza, entrañable y coqueta, que se abre al visitante como los pétalos de una rosa; me refiero a la Zaragoza urbanita y ajardinada; la Zaragoza que aún conserva en su casco antiguo tascas con añada vieja y ecos de jotas universales; la de los jugosos bocadillos de calamares, cuya salsa -en cantidad y variada- gotea a chorreones por las manos, devolviéndote en parte la alegría de esa niñez en la que hasta la pringue resultaba divertida.
La Zaragoza de los autobuses articulados y las oficinas de turismo repletas de folletos informativos que terminan en las manos de visitantes ávidos de rutas y recuerdos inolvidables. La que se abre al Ebro y pasea a los turistas de tierra firme en un barquito marinero que, bien mirado, traen al recuerdo esos versos de Rafael Alberti que decían: 'Gimiendo por ver el mar, un marinerito en tierra iza al aire este lamento: ¡Ay mi blusa marinera! Siempre me la inflaba el viento, al divisar la escollera....'
Y con el sueño de Zaragoza aún fresco en la memoria, la partida al alba, la hora del albatros, en dirección al siguiente punto de destino, que transcurre en tierras jaquenses y navarras.


martes, 14 de julio de 2009

Ruteando por el Camino de las Estrellas


El Camino de Santiago, también conocido como el Camino de las Estrellas. Foco inalterable de una tradición que se perpetúa a través de los siglos, y que atrae a cientos, miles de peregrinos que, sin renegar de las dificultades, de los innumerables peligros y de la incertidumbre de llegar o no con bien a Compostela, se lanzan al Camino -mejor dicho, a los Caminos- con la única compañía de una Fe, que, hemos de suponer -aquellos que no lo hemos hecho todavía-, en la mayoría de los casos se transmuta en Conocimiento.

Hablamos, pues, de un viaje goético, o mágico como pocos, en el que lo anecdótico -transmutado en la alquimia de las percepciones- se convierte en elemento Clave y éste, a su vez, en Respuesta. Porque el hombre, racional pero eminentemente animal en el fondo, es un eterno buscador de respuestas para tantas y tantas preguntas que se plantea a lo largo de su efímera existencia.

Quizás sea este el axioma principal que se ha mantenido inalterable y que une al peregrino desde tiempo inmemorial, sin importar para nada el lugar de procedencia, ni tampoco los caminos utilizados. Porque en el fondo, yo creo que la única realidad estriba en saber que, se venga de donde se venga, la Respuesta siempre es el Camino.

Bajo ésta perspectiva, propongo recorre parte de una de las muchas rutas; aquélla que, aún reciente y en términos de gourmet -por el tema del paladeo- se desarrolla con los siguientes platos que, espero, os resulten exquisitos:


Etapa I

- Caesar Augusta

Etapa II


- Santa Cruz de la Serós: Iglesia de Santa María y ermita de San Caprasio.

- Monasterio de San Juan de la Peña.

- De pasada por Tiermas.

- Monasterio de Leyre.

- Javier.

Etapa III

- Santa María de Eunate.

- Puente la Reina: Iglesia del Crucifijo, Iglesia de Santiago, Puente de los Peregrinos.

- Estella.

- Monasterio de Irache: Fuente del Vino.

- Torres del Río: Iglesia del Santo Sepulcro.

Bienvenidos, pues, a mi pequeña Ruta del Camino de las Estrellas.


jueves, 2 de julio de 2009

Una Fuentona leonesa


Me la encontré de improviso estando todavía en la provincia de León, muy cerca de la frontera con Asturias. El sol, reflejado en sus aguas azules, parecía estar dándose el primer baño de la mañana. Después crucé un túnel -uno de los muchos túneles de la autovía de montaña que une ambas provincias- y a la salida, como única referencia, sólo ví estos carteles:


Villablino

Caldas de Luna

Arroyo de la Fuentona


Por romanticismo, por defecto o quizás porque me trajo recuerdos de otro lugar entrañable de la provincia de Soria, me quedo con este último.


miércoles, 1 de julio de 2009

Embrujo Asturiano



Once upon a time....¡Perdón!. ¡Perdón!. No es una historia foránea, digamos, por ejemplo, de la verde Albión; es una historia autóctona que, aunque soñada en Madrid, se sitúa en la no menos verde Asturias. Es una historia de sueños, de deseos, de peregrinaje. En definitiva, es una historia que tiene que ver con ese otro Camino, a veces sembrado de pétalos de rosa y otras veces de lacerantes espinas, que es el Camino a Casa. Y ahora sí, ahora sí que se puede decir....

Érase una vez...