Enigmático Valle de Losa: San Pantaleón

'Según cuenta una leyenda, cuando Lucifer fue expulsado del cielo se desprendió una piedra de la maravillosa corona que le habían presentado sesenta mil ángeles. Esta pìedra de singular belleza al caer a la Tierra, se transformó en una vasija que después de mucho tiempo llegó a las manos de José de Arimatea. Ella fue ofrecida a Cristo, quien la usó en la Última Cena. Más tarde, José la recuperó y la utilizó para recoger la sangre que manaba del costado del Salvador. Gracias a esta circunstancia se creía que la copa tenía poderes mágicos, aseguraba abundancia, salud y larga vida a quien la poseyera...' (1)

Hay lugares difíciles de olvidar. Lugares que, a pesar del tiempo transcurrido, continúan conservando intacta una virginidad mistérica, que los convierte en el punto de mira de una infinitud de casanovas que, a la postre, regresan rendidos a sus lugares de origen, con el rabo entre las piernas y su poder de seducción en entredicho. Veamos esta iglesia de San Pantaleón, pues, como esa doncella encantada que duerme su sueño inalterable esperando, siglo tras siglo, a ese príncipe que, alejado de los convencionalismos típicos de una sociedad rendida a los privilegios de un ilusorio bienestar, ha olvidado una parte fundamental de su mediática existencia: hacer hablar a su Yo; y más difícil aún, conseguir que éste se manifieste.
Para conversar con un lugar como San Pantaleón, no basta acercarse a esas brumosas y griálicas Merindades burgalesas, y en concreto, a éste espléndido Valle de Losa donde se encuentra. No basta subir ese calvario de pendiente -como lo definiría Juan Ignacio Cuesta Millán (2)- que circunstancial y simbólicamente hablando, sería un puente de peregrinos ascendiendo hacia el cielo, y cámara en mano, esperar encontrar respuestas observando eternamente una colección de fotografías que, a la postre, son las mismas que tiene todo el mundo y en el fondo, contribuyen a generar una Babel de pensamientos.

En Losa hay un misterio, evidentemente; pero un misterio a la vista de todos. Quien diseñó la iglesia de San Pantaleón, lo hizo de tal manera que sabía que utilizando las artes de la psicología y su elemento más subliminal, el símbolo, abarcaría múltiples evidencias para esconder una única verdad, que no ha hecho, si no, perpertuarse a lo largo de los siglos.
Desde este punto de vista, la propia historia del santo en cuestión, contendría elementos similares a otras concepciones cultuales anteriores, y así mismo, albergaría, en síntesis, la esencia de la más maravillosa de las leyendas medievales: el Santo Grial.
Por eso, posiblemente, cada uno de los peregrinos que antaño acudía a San Pantaleón, continuaba su camino con una concepción sugerida desde lo más profundo de su ser, y por lo tanto, renovado.
Porque si nos fijamos bien en muchos de los símbolos que adornan esta milenaria iglesia, tanto en el interior como en el exterior, todos tienden a señalar una dirección determinada: la Renovación; la idea, muchas veces inalcanzada pero sublime, de ir más allá de.
Sea como sea, estuve en San Pantaleón de Losa, no como peregrino sino como turista. Y posiblemente regresé como tantos otros, con el rabo entre las piernas y la auto-suficiencia herida al comprender que continuaba siendo un completo ignorante. Pero en el fondo, quizás demasiado en el fondo, intuyo que algo cambió; una pequeña chispa, desde luego, que sólo el tiempo dirá si se convierte en hoguera: volví, quizás, más observador.

(1) Mauro E. Lombardi: 'Grandes mitos de la Edad Media', Edimat Libros, S.A., 2006, página 63.
(2) Juan Ignacio Cuesta Millán: Lugares Mágicos, América Ibérica, S.A., 2007.


Comentarios

pallaferro ha dicho que…
¡Que recuerdos! Ya no me acordaba de lo bonito del lugar, y de la compañía claro.

Un abrazo Juancar
juancar347 ha dicho que…
Hola, Eduard. Un entorno espléndido, y un lugar misterioso como pocos. Fue uno de los puntos clave en aquellos inolvidables días en las Merindades. Un abrzo, amigo y espero que hasta muy pronto.
Alkaest ha dicho que…
No créas que es tan sencillo, bien como "turista", "fotógrafo", o "buscador", todos captamos algo del misterio de ese lugar.
Incluso los que creen no haber percibido nada, llevan una parte del secreto escondido en su interior...
Unicamente, hace falta rebuscar en los pliegues del alma.

¿Quién nos dice, que el secreto de aquel peñasco no resida en otro orden de cosas, distinto al saber esotérico? ¿Y si el misterio fuese de orden natural, de la capacidad para captar la energía que allí emana, esa que nos hace sentir bien junto a los compañeros de aventura?

Quién sabe, los designios de la Madre naturaleza son inescrutables...

Salud y fraternidad.
juancar347 ha dicho que…
Es cierto que el lugar es especial, y posiblemente sea el que, en definitiva, actúe de una manera determinada sobre aquellos que un día se aventuran a llegarse hasta allí. Desde luego, la compañía bien se podría decir que en éste caso, así como en muchos otros, hace al lugar aún más especial. Y creo que aunque cada uno lo sienta o lo presienta de una manera, todos, consciente o inconscientemente, nos llevamos con nosotros algo del lugar. Un abrazo Magister

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