Roncesvalles: Claustro del siglo XVII, Capilla de San Agustín y Sepulcro de Sancho el Fuerte





Una de las más grandes victorias de la Cristiandad sobre el invasor árabe, se produjo en julio de 1212 en un lugar de la provincia de Jaén, conocido como Las Navas de Tolosa. A la batalla, también se la conoce desde entonces con el nombre del lugar donde se desarrolló, aunque además ha pasado a engrosar las páginas doradas de la Historia, con el sobrenombre de batalla de los Tres Reyes. Uno de tales reyes, era Sancho VII de Navarra, al que por su imponente constitución física y su estatura -medía cerca de dos metros, detalle muy poco corriente para la época- se le conocía con el justo apelativo de Sancho el Fuerte.

La batalla, desde luego, fue una auténtica carnicería, en la que ambos bandos dejaron miles de cadáveres en el campo de batalla. Cadáveres que, ante la imposibilidad de ser enterrados adecuadamente, quedaron expuestos la mayoría en los lugares donde habían fallecido, dando lugar a numerosas epidemias, cuyos efectos se dejaron sentir en la zona durante años. El resultado, pues, aunque decantado del lado cristiano, no fue tan venturoso, a excepción de una importante cuestión: terminó con una peligrosa amenaza, que no era otra, que el formidable poder almohade en la región.

Aunque los tres reyes -Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra- tuvieron un destacado papel en la contienda, alentados por un personaje de la talla de Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo, siempre me ha llamado la atención el papel preponderante del bravo rey navarro. De hecho, estuvo a punto de capturar a An-Nasir, el Miramamolín almohade, que se libró por los pelos de no terminar muerto o prisionero cuando el gigante navarro, irrefrenable a lomos de su caballo de guerra, arrolló la posición, cortando las cadenas que rodeaban su tienda. Esas cadenas, constituyen desde entonces el escudo de Navarra y se pueden admirar en la Capilla de San Agustín, que es donde reposan los restos mortales de tan valeroso monarca.









No es de extrañar, habida cuenta de lo que acabo de contar, que uno de los deseos que más me placían si alguna vez tenía la ocasión de pisar Roncesvalles, era visitar el sepulcro de Sancho el Fuerte de Navarra.

Se accede a la capilla de San Agustín, a través de un austero claustro del siglo XVII, que reemplaza al original claustro románico anexo a la colegiata de Santa María. Situado en el centro del recinto, el sepulcro en sí costituye una auténtica obra de Arte, mostrando al rey poco menos que tal cual era en vida; es decir, un gigantón de casi dos metros de altura, como ya he dicho, que, según parece -y así lo dejó de manifiesto el artista- tenía un defecto en su pie izquierdo. Aparte del magnífico rosetón que domino el frontis interno de la capilla, y las no menos magníficas vidrieras que desde el pórtico de entrada, dotan de una voluptuosa luminosidad al lugar, destaca en especial una, situada en el lado derecho, según se accede, que, monumental, espectacular y sugestiva, muestra una de las más representativas escenas de tan importante batalla. Y por supuesto, en primera línea, como un auténtico jabato, liderando la carga de la caballería navarra en las Navas de Tolosa, este singular rey.

Rey, por otra parte, que bien merece un pequeño homenaje que, en el fondo, es la auténtica intención de la presente entrada.




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