Aberin

Resulta difícil imaginar que el peregrino que encamina sus pasos en dirección a Estella, presentando previamente sus respetos a San Veremundo, o colocando su piedra o milladoiro en el altar de la ermita de San Miguel, allá, en Villatuerta, no se deje caer, unos kilómetros más adelante, por Aberin. Sobre todo, si durante su recorrido, siguiendo ese mágico e imaginario camino de estrellas, es consciente, en todo momento, de que sus botas van dejando huellas en tierra templaria, emulando los pasos de miles de peregrinos que antes que él se detenían en el albergue-hospital de su encomienda.

Porque aquí, en Aberin, bien se podría decir que la historia gira en torno a uno de los escasos ejemplos de encomienda templaria que han sobrevivido hasta nuestros días, más o menos intactos. Una estructura amurallada que, unida a la iglesia de San Juan Bautista, ofrece una generosa visión del nivel organizativo de una Orden de caballería, religioso-militar, cuyas vicisitudes continúan despertando interés y admiración en pleno siglo XXI.

No resulta difícil, por tanto, imaginar la historia de una comunidad rural que fue creándose alrededor de la supervisión y protección de unos freires que tuvieron un especial protagonismo en las tareas de repoblación de territorios a medida que la Reconquista iba arrebatándoselos al invasor musulmán. Una organización perfecta, la de las encomiendas templarias, bajo cuya excelente labor y control se contribuía de manera decisiva a sostener la acción de sus hermanos milites en Tierra Santa.

Independientemente de la curiosa simbología desplegada en los capiteles del pórtico de entrada a la iglesia de San Juan, y de la criptografía cincelada en los sillares por los canteros, no resulta difícil, tampoco, tener una visión netamente romántica de Aberin y su entorno: un entorno constituído, sobre todo, por campos de labor y generosas extensiones de olivos. Unos campos que, vistos en primavera, deslumbran con matices esmeraldinos y algún que otro dorado, que se acrecienta cuando declina la tarde y los rayos del sol dibujan fugaces adioses sobre la tierra, antes de perderse por un horizonte lejano, inalcanzable como los idus de una Historia que aún tiene muchas cosas que contar.

En uno de los extremos de la vieja encomienda, un labriego sacude la tierra de un pequeño huerto con su azadón. Las arrugas de su frente, ennegrecida por laboriosas jornadas al sol, son como los anillos de los árboles: indican una longeva edad. Cuando se vuelve, sus ojos, pardos como la tierra que está removiendo, se posan por un instante sobre la figura de un hombre delgado, que lleva un pequeño bolso de color negro en bandolera y no deja de sacar fotos del recinto amurallado desde todos los ángulos y perspectivas imaginables:

- Interesante, ¿verdad?, -dice, mientras una sonrisa se dibuja en su cara, adquiriendo la forma de una media luna.

Si no fuera por el ruido monótono de su azadón, alguien podría llegar a pensar que el viento, singular y burlón, repite con nostálgica intensidad la antigua divisa templaria: Non nobis, Domine, non nobis sed Nomini tua da gloriam...

Aberin: toda una experiencia.



Comentarios

Loli Salvador ha dicho que…
Juan Carlos, estos días amanecimos con la noticia del robo del Códice Calixtino que en mi opinión no debe quedar como un simple suceso. La verdad es que nuestro patrimonio debería estar mejor custodiado. Estan sucediendo cosas que no se han conocido en la historia. No puedo imaginar el valor económico de un libro miniado anterior a la imprenta.
Te sigo leyendo, me encanta como escribes estas andanzas tan bien documentadas.
Espero impaciente alguna entrada sobre Cizur Menor y la Orden de Malta.
Un saludo
juancar347 ha dicho que…
Hola, Loli. Noticias como esa producen una terrible desazón, sobre todo a los que estimamos y valoramos nuestro Patrimonio artistico y cultural, que en el fondo, es algo íntimo y personal: es nuestra Historia. Es una gran desgracia comprobar que en nuestros días, sabiendo el inmenso valor que tienen,se custodien tan mal, tirando por lo bajo, por no caer en el terrible universo de las suspicacias donde hay una complicidad intrínseca en organismos que prefiero no mencionar. Y tengo constancia de ello, pues en muchos lugares, los propios vecinos me han confirmado siempre a donde apuntaban las sospechas. Coincido contigo en que no debe quedar como un simple suceso y confío en que la acción de las fuerzas de seguridad, tanto españolas como extranjeras, puedan aportar en breve una solución feliz. Intentaré preparar algo sobre los Hospitalarios; de hecho, en mi anterior entrada sobre Leache, ya los mencioné, como pueblo donde se sabe de su control desde al menos 1195. Saludos

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