Peregrino en Coaña


'Al rey, rico cabaleiro,
y al señor de la Altamira,
junto al Teso del Campeiro,
áureos bolos divertían...' (1)

La Arqueología, ciencia que debe mucho -pese a quien le pese- no sólo a los grandes Clásicos, sino también a los grandes Soñadores -a Schliemann pongo por ejemplo y como testigo, a él me remito- sitúan la Cultura Castreña, y por lo tanto, este Castelón de Villacondide -llámese Castro de Coaña, si así, y de manera popular se prefiere- en esa edad que, inmediatamente posterior a la del Bronce, se denomina, caóticamente, como del Hierro. Y digo caóticamente, porque ya lo dice el refrán: quien a hierro mata, a hierro muere. Y hierro, en efecto, encontraron sus habitantes, a los que poco, o más bien nada, les importaban el César, el Imperio Romano y el Urbi et Orbi que vendría después, posiblemente más artero, retrógrado y dañino que los anteriores. ¡Joder, si no lo digo, reviento!. A Ágora y Alejando Amenabar, me remito y que Dios me perdone, pues lejos de creer en ese Deus lo vult, y aún a riesgo de ser pasado a cuchillo, me consta que Él reconocerá a los suyos. Cierto que, herederos también del estigma de Abel y Caín, tenían de vez en cuando alguna escaramuza,desavenencia o rifirafe mamporrero con sus vecinos, pues desde el famoso hermanicidio, la Humanidad ha tenido siempre muy claro lo que cuesta mantener un plato de lentejas. Pero una vez éstas resueltas, los castrenses -por favor, no confundir con esa otra clase, typical spanish, chusquera, levantisca y dispuesta siempre a mantener el concepto indivisible de Dios y Patria a costa de la libertad y la opinión del pueblo- volvían a sus laberínticas ciudades -porque ese, en mi opinión, es el esquema generalizado de los castros, y quien lo dude, tome un plano y póngase con paciencia a dibujar las formas y situación de las cabañas y no tardará mucho en encontrarse con algunos de los símbolos universales del celtismo- y aqui lentejas y después gloria, que de eso, al fin y al cabo se trata.
Resulta penoso decirlo, pero creo que es una gran verdad, que la Gloria sólo se alcanza después de muerto. Entiéndase, desde cualquiera de las realidades, filosóficas o virtuales que mejor se avengan a los sentimientos y creencias de cada uno. Porque claro, en vida, quién le iba a decir, al celtilla de turno -posiblemente harto de ver el agua resbalar, creando lenguas bífidas de serpiente por las rotondas de sus chozas un día sí y otro también- que miles de años después de palmarla -algunos por un exceso de hierro, otros por un exceso de años y aún los menos, quizás por un ataque de gota, que para eso tienen a un paso la ría de Navia- el tourist -esa mayoritaria clase descafeinada que sustituiría sin compasión a los auténticos travellers de todos los tiempos- regresarían a sus lugares de residencia, portando -si no en su alma, al menos sí en sus maletas, donde guardan con mimo las tarjetas SD de sus modernas cámaras analógicas- la inolvidable sensación de haberse tropezado con otra Troya en las inmediaciones de un pueblín rodeado de monte y campillos de labor.


Y no obstante, cambiando el tercio -que Hispania, gústenos o no, siempre ha sido taurina y promiscua en celebraciones- tal vez pocos sean conscientes, cuando caminan obnubilados por las ruinas, hasta el punto de tropezar y hacer malabarismos, no por salvar a su cabeza de un peligroso coscorro que amenace con una peligrosa pérdida de serrín -por supuesto, empezando por el que suscribe, experiencia que me consta, y así pongo de manifiesto, me ocurrió en el lugar no una, sino varias veces en el transcurso de mi afortunada expedición en solitario-, sino por poner a buen recaudo su máquina -de la que es esclavo incondicional- de un accidente irreparable -que para encontrarse con el Demonio o con su mensajero, el Diañu, no hace falta peregrinar a las alturas del Monte Tabor- de que en realidad, están pisando Territorio Comanche. Un Territorio Comanche, afín a ese maravilloso mundo legendario de los Sueños, en el que cabe -que las malas lenguas, siempre terminan sacándolo todo a la luz- tener un increíble encuentro con los jinas, visitar su mundo subterráneo y regresar a la superficie siendo el afortunado agasajado con un estupendo juego de bolos de oro, o con una reproducción en miniatura, de oro también, por supuesto, del toro o la vaca sagradas que animaban les fiestes en el llugar. Y por si esto fuera poco, pregúntese el peregrino que continúa su camino hacia Boal y Grandas de Salime, y más allá, a la magia de la provincia de Lugo, por qué, este mito de los jinas se repite en lugares tan dispares como la India, Persia y mis Asturias.
Tácheseme de aprendiz de teósofo, o de rosista en ciernes, pero créase o no, enfilé el camino de regreso a Granda de Siero, llevando un pequeño tesoro en mi corazón. Para bien o para mal, en cuanto a este Castelón de Villacondide, que sea otro el que hable con mediasverdades de Historia.
Et in Arcadia Ego
Coaña, 6 de Septiembre de 2012



(1) Mario Roso de Luna: 'El Tesoro de los Lagos de Somiedo', Editorial Eyras, 1980, página 36.

Publicado en STEEMIT, el día 3 de Febrero de 2018: https://steemit.com/spanish/@juancar347/cronicas-de-un-peregrino-atipico-el-castro-de-coana

Comentarios

Alkaest ha dicho que…
Dos castros me han impresionado, en mis correrías mundanas, el de Santa Tegra -o Tecla, como se decía antes-, en A Guarda (Pontevedra), desde el que se atisba el Mar Tenebroso, cuando la niebla lo permite; y éste de Coaña (Asturias), desde el que se otea la Ría de Navia.
En ambos, como en ningún otro, se percibe el eco de aquella edad lejana. No tan diferente de la nuestra. Ni más brutal, ni más inculta, ni más humana, ni más inhumana.
Si lo analizamos desapasionadamente, sólo una cosa nos separa de aquellas gentes a las que, muy ligeramente, tildamos de incultos salvajes. Solo una cosa, la tecnología.
Su alma, sigue siendo nuestra alma.

Salud y fraternidad.
juancar347 ha dicho que…
Algo de cierto debe de haber en tus últimas conclusiones, porque paseando por este lugar (personalizo, puesto que todavía no he tenido la fortuna de visitar el de Santa Tegra) uno 'siente' o 'presiente' algo familiar; algo, no diría que añorado, pero sí cercano, que parece tirar del alma desde los abismos del tiempo. Quizás, en el fondo, todo sea cuestión del hastío cotidiano que conllevar mal vivir (y digo bien) en las grandes urbes y ese deseo del espíritu (que siempre tira al monte) de volver a la libertad y la comunión con la Naturaleza. Por eso, hay lugares que, desde luego, no dejan indiferente. Un abrazo

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