Moarves de Ojeda: Iglesia de San Juan Bautista


No excesivamente lejos del entorno de Olleros de Pisuerga y también en las proximidades de Aguilar de Campóo, dos lugares, apenas separados por una ínfima distancia de cinco kilómetros, conforman otra pequeña pero no obstante interesante ruta, que no ha de resultar baldía para el esfuerzo de viajeros, caminantes y peregrinos que deseen ver obras de relevancia e interés y a la vez, encontrar misterios añadidos en su camino: la iglesia de San Juan Bautista, en Moarves de Ojeda y la abadía de monjas cistercienses de San Pedro de Arroyo. Posiblemente más conocida la primera, sobre todo si se está familiarizado con parte del mejor románico palentino, recordarán, nada más ver su espléndida portada, la concordancia que existe entre ésta y aquélla otra que, precisamente bajo la advocación del Santo Patrón Santiago Boanerges, el Hijo del Trueno, se localiza en la histórica y siempre interesante ciudad de Carrión de los Condes.
 
Declarada Monumento Histórico en 1931, uno de los detalles que llama poderosamente la atención, es el color rojizo de sus sillares, en cuyo tratamiento se supone que los canteros utilizaron la técnica de someter a la piedra a un baño en el que probablemente intervinieran, en un grado notable, compuestos de origen netamente ferroso. Pero sin duda, este no deja de ser, en el fondo, sino un detalle anecdótico y probablemente irrelevante, si lo comparamos con la magnífica obra de Arte que constituye su portada. Una portada espléndida, cuidadosamente elaborada hasta en sus más ínfimos detalles -como pueden ser los pliegues de las túnicas de los personajes principales-, que reproduce aquélla otra que luce la iglesia de Santiago de Carrión, hoy día reconvertida en museo de Arte Sacro, pero que de similar manera nos introduce, no sólo en el misterio de estas dos portadas espejo -recordemos el caso también singular de las portadas gemelas de Santa María de Eunate y San Miguel de Olcoz-, sino también, en base al impacto visual, en los magníficos talleres de cantería instalados en ésta ciudad condal, los cuales fueron desplegando su extraordinario arte y oficio a lo largo y ancho de una provincia puntera en la misma historia del Camino Jacobeo.
 
No menos significativos, y repletos de claves que merece la pena advertir y estudiar por sí mismo, los motivos de los capiteles nos introducen, apenas sin darnos cuenta, en los viejos mitos medievales; unos mitos, que aún por sí mismos, nos derivan a continentes y continencias simbólicas, con las que poder divagar largo y tendido: el estoico Sansón, en su sempiterna lucha con el león; el músico y la bailarina, temática que inmediatamente nos recuerda a aquél extraordinario cantero conocido como el Maestro de Agüero; las pequeñas cabecitas, que surgen burlonas a través de la floresta, conectadas con los antiguos dioses celtas, cuyo recuerdo, después de todo, inunda de referencias los templos que se alzaron en sus antiguos santuarios; el tema de los gemelos, en este caso, dos milites compartiendo un escudo, que nos recuerda los primitivos sellos de la Orden del Temple, en los que dos caballeros compartían un mismo caballo, pero que a la vez, nos obliga a alzar la vista al cielo, hacia esas reminiscencias zodiacales que hacen bueno el axioma de la antigua sabiduría hermestina: como es arriba, así es abajo... Libros abiertos, donde religión y mancia, superstición y ciencia se dan la mano a la hora de mostrar mensajes subliminales a unos espectadores que, aún con el paso de los siglos, continúan sorprendiéndonos y haciéndonos pensar que, en el fondo, no somos sino meros aprendices en el difícil sendero de la Sabiduría.
 
Pero si todo esto constituyen enigmas fascinantes, no lo es menos la cuestión encaminada, no ya a la identidad de los autores de tal maravilla, pero sí hacia el origen de su procedencia. Y posiblemente, tengamos una clave, en esa fascinante y siempre nebulosa tierra celta que es Galicia, y más concretamente en una de sus provincias, cuya capital lleva todavía con orgullo el nombre del dios que la fundó y cuyo recuerdo apenas se vio alterado por la conquista romana: Lugo. Ahora bien, esa es otra historia que me propongo tratar antes de partir hacia San Pedro de Arroyo.

Comentarios

Loli Salvador ha dicho que…
Hola Juan Carlos, he venido a ver el vídeo y a leer un poco de esta guía de lectura que nos acerca a esta ruta mágica, sobre la que tantos relatos se han escrito. Me ha gustado mucho, como siempre.
Un fuerte abrazo
juancar347 ha dicho que…
Hola, Loli. Como siempre, bienvenida por este pequeño universo caminero y muchas gracias por tus amables comentarios. Es cierto, se ha escrito mucho sobre estos lugares, y mucho más, creo, habría que escribir. Arte, Belleza e Historia siempre invitan a la especulación. Y después de todo, no creo que alguna vez se pueda decir la última palabra. Un fuerte abrazo
Syr ha dicho que…
Se dice que en San Pedro de Moarves el Cristo responde a una visión del mundo campesino y rural más apegado a la tradicional estética en un expreso deseo de conservadurismo iconográfico de sus autores, frente al modelo de sociedad urbana y artesana del de Carrión. Sin embargo, me inclino a pensar que en Moarves actuó un taller de maestros "practicones" que intentaron reproducir, sin lograrlo, el modelo vanguardista del Cristo de Carrión, obra insuperable de un maestro que algunos conceden formación en los talleres de Chartres.

Un fuerte abrazo, Caminante.
juancar347 ha dicho que…
Mi querido Syr, como siempre certero y apuntando a la diana. Es cierto que, si nos ponemos a observar con una lupa ambos elementos, los de Moarves y Carrión, observaremos ciertas diferencias que, si mal no recuerdo, en agosto de 2010 ya tuvimos ocasión de comentar sobre la marcha. No se puede comparar, es cierto, la importancia que tuvo Carrión y la calidad y excepcionalidad de los talleres en ella instalados, que no sólo dejaron obras de auténtico mérito en los templos en los que participaron, sino que también fueron pródigos en otro tipo de Arte quizás menos apreciado por el público en general, como fueron los sarcófagos, donde, como sabes, todavía se conserva una buena colección en San Zoilo. Pero me agrada tu comentario relativo a la posible formación en los talleres de Chartres, porque quizá de ahí (o al menos del país vecino) puede que venga la clave. Y en esto, interviene el tercer elemento del trío que, como sabes, se localiza en la única portada de la antigua fábrica románica de la catedral de Lugo, que es donde quiero ir a comentar algo del tema en la próxima entrada. No olvidemos, tampoco, que no sólo el Camino fue esa autopista cultural por la que discurrieron maestros, estilos e influencias a lo largo de los siglos, sino que muchas veces, constituyó también el camino de ida para regresar con nuevas técnicas, con maestros de más allá de los Pirineos, que nos han legado su obra pero también su anonimato. Recuerda, como ejemplo, los viajes de Gelmírez a Francia e Italia. De lo que no cabe duda, y termino, es de que se catalogue como se quiera -visión campesina o rural en un caso y urbana y artesana en otro-, no cabe duda de que ambas son dos auténticas joyas que no merecen demérito alguno y sí mucho respeto. Quizás, y en eso espero tu opinión en el futuro, las características del Pantocrátor lucense sean más afines a las del de Carrión. Al menos, tal cosa se podría decir, en base a la perfección de los pliegues e incluso de los pies y otros detalles. Un abrazo

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