La Catedral del Mar


'En un momento en el que nadie parecía prestarle atención, Bernat levantó la vista hacia el nítido cielo azul...' (1)

...y soñó con un lugar digno de la Señora, -piensa el peregrino, mientras rememora las primeras palabras de la formidable novela de Ildefonso Falcones. Apenas acaba de dejar atrás la mediática belleza de la catedral de Santa Eulalia, incluido su hermoso Jardín de la Oca, y el impresionante misterio asociado a la enigmática calavera del puente de la calle del Bisbe. Atrás quedan, también, la Generalitat y el Ajuntament, con las banderas ondeando al viento caluroso de la tarde, así como una plaza abarrotada de turistas, entre cuyos pies, bandadas de palomas picotean insolentemente las migajas que algunos de ellos les arrojan, quizás pensando que con su gesto honran al emblemático animal de la diosa Isis,l posteriormente adoptado por el Cristianismo para representar al Espíritu Santo. Es verdad que el cielo, posiblemente igual de nítido y azul que aquel otro medieval que calentaba el corazón del viejo Bernat e inspirara a Falcones, apenas ha modificado su estampa en los últimos mil años que han transcurrido desde que los anegados bastaixos o galafetes de la Ribera transportaran indolentemente los pesados sillares, desde una playa que se encuentra aproximadamente, a cuatro o cinco kilómetros del lugar o incluso más lejos todavía: de las canteras de Montjuic. Como en todo barrio gótico que se precie, las calles, estrechas y largas como un imaginario cordón umbilical representan, en la imaginación del peregrino, el símil platónico del viajé simbólico desde el mundo de la Idea al mundo de la Forma, determinado por todo Nacimiento. ¿O habría que decir, mejor, renacimiento?: el peregrino se desliza por unas callejas en perpetua oscuridad, representativas del útero materno, hasta desembocar, al final del túnel, en la gloriosa luz de la catedral. Tiene claro, que al fin y al cabo, todo viaje supone, en el fondo, un renacimiento y una iniciación y sabe, así mismo, que no hay lección, por pequeña que sea, que se dé por bien aprendida.

El peregrino piensa que, como todo conjunto armónico que se precie, esta formidable Catedral del Mar, también se viste con la túnica inmaculada de la Belleza, aunque el esfuerzo exigido para levantar tan soberana obra de Arte conlleve en el haber de su historia, episodios humanos de amor y muerte, que hacen que en su pensamiento, el respeto sea posiblemente tan fuerte como la admiración. Bajo tal circunstancia, se pregunta si el canónigo que tuvo la iniciativa de su construcción, de nombre Bernardo Llull, no sería pariente de aquél carismático Doctor Mirabilis que en su día propuso la fusión de las dos grandes órdenes militares, la del Temple y la del Hospital, intentando convertir a los musulmanes al cristianismo, mediante la fe y la palabra: Ramón Llull. O como siglos más tarde diría el gran poeta Antonio Machado, refiriéndose, no obstante, a otro personaje singular, de nombre Don Guido: aquel trueno, vestido de nazareno.



Sea como fuere, y al contrario que en muchos templos similares, se sabe los nombres de los maestros canteros que llevaron a cabo el inefable proyecto -Berenguer de Montagut y Ramón Despuig-, así como la fecha en la que comenzó su ejecución: 1329. Cierto es, que también se especula con la posibilidad de que tan inconmensurable bosque de columnas que soportan con sorprendente precisión unas bóvedas que parecen haber atrapado en su interior las estrellas del firmamento, se levante sobre un antiguo anfiteatro romano. Sit transit gloria mundi. Más cercano a los propios y humildes orígenes del peregrino, no deja de ser un hecho notable, que tan maravillosa obra fuera sufragada por los feligreses de la zona del puerto y la Ribera: el esfuerzo del pueblo llano por tocar también a Dios. Resulta lógico y justo, en base a ello, que en recompensa, los sufridos bastaixos -dignos representantes de lo que significa ganarse el pan con el sudor de la frente- figuren no sólo gloriosamente representados en la puerta principal, sino a la vez, en la temática de sus capiteles, junto a otros dignos representantes del fabuloso mundo simbólico medieval: el centauro-sagitario disparando contra una arpía las flechas de su arco; los perros y leones o la digna y sabia botica, que primero perteneció al mundo cerrado de los monjes y luego la alcanzó también la cultura popular, adoptando los remedios de la abuela. Es una pena, sin embargo, que el tiempo no haya respetado las pinturas de un tímpano que, aún mostrando a Cristo resucitado y en Maiestas, con la Virgen y el Evangelista arrodillados, levanta, no obstante mostrando las heridas de los clavos en las palmas de las manos, una vieja polémica entre Religión y Ciencia: ¿palmas o muñecas?. Sí parece observarse, de cualquier modo, que las pinturas hacían referencia a algunos episodios de la vida de Cristo, y aun en la parte superior del lado izquierdo, puede observarse, como motivo, la Resurrección; quizás a la derecha, y a la misma altura, piensa el peregrino, al ver las alas del ángel, en ese génesis conceptivo de la Anunciación. De cualquier manera, los mensajes, a pesar de todo, están ahí, repetidos incansablemente por un mundo, el medieval que, curiosamente, no deja de sorprendernos a medida que lo vamos conociendo mejor. También en su interior, ésta catedral del pueblo conserva una notable variedad de la fe mariana de Cataluña, pues si bien, Nuestra Señora del Mar preside, como es lógico, el pedestal mayor de la cabecera, en sus laterales, gratifica encontrar dos figuras también cercanas a la fe popular: la de la Mare de Déu de L'esperança y la de la Mare de Déu dels Desamparats, junto con los santos Aleix y Magí, y por supuesto, la figura de Santa Tecla, que porta en sus manos dos símbolos característicos de Poder: la hoja de Palma y la cruz Tau.


(1) Eduardo Falcones: 'La Catedral del Mar'.

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