Una visita a la catedral de Calahorra
‘Hacia los confines de la Rioja
por la parte de Navarra, encuéntrase la antiquísima ciudad de Calahorra, cuya
fundación, como la de otras muchas de España, se pierde en la oscuridad de los
tiempos…’ (1)
De esa oscuridad
de los tiempos, como afirmaba el anónimo cronista del Semanario Pintoresco,
piensa el peregrino que proceden aquéllos otros afluentes legendarios que,
lejos de la naturalidad de esos dos grandes ríos que besan sus lindes –el Ebro
y el Cidacos-, enturbian con anacrónico dramatismo los charcos floridos en cuyo
limo reposan su sueño eterno las más variopintas de las historias y leyendas.
De camino a la catedral, que se eleva –según se comenta, se rumorea o se
afirma- sobre el sitio donde fueron sacrificados sus santos Patronos –Emeterio
y Celedonio, santos gemelos cuyos relicarios o cabezas bafométicas ocupan un lugar destacado en el altar-, imagina el
peregrino las escenas de valor desesperado de los antiguos habitantes calagurritanos, cuyas hazañas libertarias
quedan resumidas, no obstante, en esa fascinante figura femenina, émula de las
grandes matriarcas de la antigüedad íbera, que se conoce con el nombre de la
Matrona de Calahorra y cuya estatua se distingue, orgullosa y firme en su
pedestal cercano al Parador Nacional, por mantener firmemente empuñada una
espada corta en una mano y el brazo cortado de su enemigo en la otra. La
catedral, obviando por costumbrismo los diferentes estilos, en los que, si los
hubo, brillan por su ausencia los románicos -que aun sucumbiendo a los tiempos,
las modas y los hombres dejaron algún que otro recuerdo en los templos de la
ciudad-, ofrece, al menos en la opinión del peregrino, un conjunto temático
cultural, no exento, en modo alguno, de detalles e interés. Tal vez, el primero
de ellos radique en los ángeles trompeteros u apocalípticos, que allá, en su
portada orientada al norte, mantienen esos antiguos patrones compostelanos,
bien localizados en la portada de Platerías de la catedral de Santiago. O en
ese pila bautismal que llama la atención apenas se entra en el sacro recinto;
una pila gótica, de ocho lóbulos y dos metros de diámetro que marca, según la
tradición, el lugar exacto en el que fueron martirizados en el año 300, durante
las famosas persecuciones de Diocleciano, los mencionados Emeterio y Celedonio.
Ese metafórico viaje en el tiempo al que invitan las formidables colecciones
artísticas, de diferentes épocas y estilos, en las que una genuina diversidad
de autores, consagrados en diferentes escuelas, ofrecen, sin embargo, un atisbo
de pensamiento heterodoxo en esos detalles, que generalmente pasan
desapercibidos, interpolando con símbolos, nombres, gesticulaciones y elementos
ajenos pero aparentemente inocentes en su exotérica beautitud, afín a sus
encargos neotestamentarios, parte de lo que bien se podría considerar como su contribución
particular en favor de una corriente gnóstica sumergida, oculta y desde luego
peligrosa en las mismas barbas de la temible Inquisición. Como digno de
atención, por más detalles, le parece al peregrino la magnífica talla
románico-gótica de un Cristo, denominado como de la Pelota, que formaba parte
de un antiguo Descendimiento y que trasladado en 1638 a una capilla propia,
está asociado –como la Patrona de la Rioja, la Virgen de Valvanera- a una
curiosa leyenda que cuenta que el brazo se le desclavó milagrosamente para
señalar al culpable de un asesinato. Pero obviando estos detalles, el peregrino
no puede ocultar su inesperada y a la vez placentera sorpresa cuando descubre
el deambulatorio, de forma octogonal que, como en el caso de la ermita del
Santo Cristo de Briones, o de Santa María de Eunate, o de Torres del Río, o de
la Vera Cruz de Segovia, o incluso como señalan algunas fuentes al mal
denominado claustro de San Juan de Duedro, son una clara referencia hierosolimitana
al Sepulcrum Domini…
En fin, misterios de una tierra legendaria: misterios de
La Rioja.
(1) Semanario Pintoresco Español, J,A., 6 de agosto de 1854.
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