La
Alcarria y sus enigmas. Probablemente, uno de los lugares que todavía conserva
un resto muy significativo de esos misterios que en forma de bestia apocalíptica
aterrorizaban al hombre medieval, se localice en ésta escondida población de
Valdeavellano, y más concretamente, en su iglesia dedicada a una figura que,
por las encendidas polémicas levantadas a lo largo de los siglos, bien podría
ser considerada, al menos metafóricamente hablando, como Nuestra Señora de las Tormentas: María Magdalena. En efecto, la
iglesia a ella dedicada, si bien bastante reformada, hasta el punto, por
ejemplo, de no hallar rastro alguno de los capiteles originales, que
presumiblemente tuvo que tener su galería porticada, conserva, no obstante, esa
dulce rusticidad, que se aprecia, sobre todo, en su ábside o cabecera, así como
una interesante portada principal, que hemos de situar en el lado sur de la
nave, donde se advierten, en algunos de sus elementos, como los nudos de la segunda
arquivolta –que igualmente, se vuelven a encontrar en la pila románica, con
forma de copa y gajos, del interior-, una visión retrospectiva que puede
inducir la sugerencia de una más que probable influencia del románico burgalés,
o en todo caso, de ese románico del norte que se fue asentando progresivamente
a medida que se iban reconquistando territorios. Situado en una zona
relativamente cercana a la capital, y sin embargo con las flechas de las
veletas de sus tejados apuntando celosas hacia la vecina provincia de Cuenca y
otras poblaciones teresianas de más
envergadura, como la monumental Pastrana –que muestra con orgullo los conventos
fundados por la mística de Ávila y el palacio donde pasó sus últimos días la
princesa de Éboli- o Auñón, con esa espectacular iglesia gótica dedicada a la
figura de San Juan Bautista y sus leyendas de templarios, Valdeavellano conserva
también, testimoniando así una cierta relevancia en el pasado, el rollo
jurisdiccional o picota, desde el cual los validos de los reyes, o en su
defecto los grandes señores del lugar ejecutaban sentencias ejemplares,
generalmente en el nombre de una diosa, la Justicia, que no en vano suele
representarse, además de portadora de la balanza y de la espada –como muchas
representaciones de ese Anubis
cristiano, conocido como San Miguel-, con los ojos teóricamente cubiertos por
la venda de la imparcialidad.
Pero volviendo de nuevo al tema que nos ocupa, este
templo que debió de conocer en tiempos el paso de numerosos peregrinos,
caminantes, viajeros y destripamontes
y cuyo honroso bizantinismo podríamos situar perfectamente en un siglo XIII
cuyos pormenores se desarrollaban en esa impecable partida de ajedrez que fue
la Reconquista, contiene ciertos elementos interesantes en su interior, cuya
singularidad, desde luego merece la pena conocerse. De ellos, podríamos
comenzar haciendo alusión a la Virgen gótica y el Cristo, probablemente gótico
también, que llaman notablemente la atención, situados en un lateral de la nave
la primera y poco más o menos que en el centro, aunque algo por detrás del
altar, el segundo. Con respecto a la talla mariana y de manera anecdótica, referiré
que cierto parroquiano que se encontraba en la iglesia cuando llegué –faltaban algunos
minutos para que diera comienzo la misa-, al preguntarle sobre la advocación de
esa preciosa talla, me contestó, con toda la obsequiosidad del mundo, que era Santa María Magdalena. Es
evidente, que el buen hombre se equivocó con la advocación de la iglesia,
porque encontrarte con una talla mariana, Teothokos
o Trono de Dios, hierática y con el
Niño sobre sus rodillas con tal advocación, sería tanto como descubrir la tumba
de Almanzor, que dicen las antiguas leyendas que está oculta todavía en una tercera colina –por desgracia, no
especifica dirección- cercana a esa Medinet
al Salim o Ciudad del Cielo o Ciudad de Salomón soriana, que es Medinaceli.
Detalle que no obvia, sin embargo, tener presentes esos antiguos, apócrifos
lodos que ven en ésta misteriosa figura –que ha pasado a ser universalmente
conocida como la hermosa llorona- la
esposa de Jesucristo y la cepa de su sagrada descendencia. Controversias
aparte, aunque no hipótesis, hipotéticas –reincido aposta en la redundancia-,
son las especulaciones relativas a las representaciones pictóricas del
travesaño principal, que a modo de sólido atlante, soporta con parsimoniosa
indiferencia el peso principal del coro, mostrando una pavorosa escena, en la
que una terrible bestia apocalíptica –como se dejaba entrever al comienzo de la
presente entrada-, causa el espanto entre una serie de personajes, terminando,
alguno de ellos, en su estómago como una simulación terrestre de aquélla
singular ballena –precedente bíblico del que seguramente echó mano Herman
Melville para crear su fantástica Moby
Dick-, que se tragó a Jonás. Parte de la singularidad de la bestia, reside
en que se trata de una hidra de siete cabezas, si bien, representada de una
manera, podría decirse que muy particular, donde se aprecia una cabeza
principal y seis cabezas secundarias, éstas últimas situadas en la cola.
Ahora
bien, dejando aparte o mejor aún, para otra ocasión más propicia –que como se
suele decir, siempre las pintan calvas-, el por qué este tipo de
representaciones parecen abundar tanto a ésta parte de esa espina dorsal,
testigo de un mundo perdido y surgida en mitad de la Meseta, que es la sierra
de Guadarrama –no en vano por ello, denominada en época medieval como la sierra
del Dragón-, el madero –por su fortaleza, quizás fuera en tiempos el corazón de
un hermoso y milenario roble que hubiera servido de precedente como tabernáculo
de ritos druídicos, si se me permite la licencia literaria-, llama la atención
por estar colocado al revés; es decir, que las figuras aparecen como si
hubieran perdido la gravedad de un espacio invisible, dando la sensación de
precipitarse hacia una tierra, que ya tuviera como precedente la más famosa de
todas las caídas; una caída, que no fue otra –citando otra fuente literaria
aparte de la Biblia, como es el Paraíso perdido, de Milton-, que la de Lucifer.
Ésta inesperada disposición, hace que los investigadores barajen, entre otras,
dos hipótesis, principalmente: la primera, que fuera fruto de una torpeza
laboral, en alguna de sus antiguas remodelaciones y la segunda, posiblemente
más acertada, es que, en base a las posibles referencias heterodoxas del tema
tratado, se hubiera colocado así desde un principio, como una especie de
castigo o penitencia, de similar manera a como antiguamente en los estamentos
castrenses se castigaba, por ejemplo, garitas o armas que se hubieran visto
envueltas en casos de accidentes mortales o de suicidios, como me consta, por
haberlo vivido.
Sea como sea, y dejando aparte las verdades ocultas asociadas
con tan excelente obra de arte, que por desgracia –y sirva como aviso para el
estudio de una oportuna restauración-, está perdiendo ese soberbio colorido
original, que debió de ser, cuando menos, impactante y quién sabe, si tal vez,
aviso para aquellos navegantes que dirigían sus pasos hacia Compostela,
siguiendo las indicaciones de aquél farol colgado en el cielo, que es la Osa
Mayor.
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