La catedral de Ávila o Alicia a través del Espejo



Escapar de un dragón de piedra, como es la Sierra de Guadarrama, deja plena libertad para disfrutar sin sobresaltos de la perpendicularidad de la Meseta. Aunque claro, nunca se sabe lo que realmente te puedes encontrar en esas ecuaciones de exponenciales paradojas, que forman la equis de los caminos y la i griega del destino.



Lo pensé después de salir de casa: ¿quién tuvo la culpa, el conejo blanco o el conejo negro?. Frente a semejante integral y sintiéndome como Alicia, sólo puedo decir que atribulado ante tan exponencial incógnita, el rastro del conejo blanco se truncó misteriosamente con la huella del conejo negro.



Lo crean o no, cuando dejé atrás las murallas de Ávila y penetré en la catedral, ésta se convirtió en un Espejo, a través del cual, me sentí transportado a otro mundo muy diferente del que había dejado atrás, unos minutos antes de sacar el ticket y rechazar amablemente el auxilio de las audio-guías.



Es cierto, no obstante, que en el silencio de la nave y acongojado por sus volumétricas densidades, deseé haber tenido a mí disposición un pedazo de seta en el recibidor, que como a Alicia, me hubiera hecho crecer hasta llegar a tocar las inconmensurables bóvedas con la punta de los dedos; tampoco el no encontrarlo, como digo, fue motivo suficiente para conocer la otra cara de la moneda y sentirme infinitesimalmente pequeño, mirando hacia los arbotantes, deseando cruzarlos, pues en mi imaginación, venían a ser como puentes sobre el abismo, para deslizarme dentro de esa rosa mística que son los rosetones y participar en el mundo de su simbología, duchándome alegremente bajo la lluvia de rayos solares que iluminan y calientan las vidrieras y a la vez iluminan ese espacio, generalmente habitado por ese caos llamado sombra, que es la nave.



Al igual que Alicia frente a la Reina de Corazones –sin desear, por supuesto, que me cortaran la cabeza- yo también permanecí absorto bajo la hiératica mirada de la Dama del Lirio, pensando en la curiosa disyuntiva que sería que el conejo negro se hubiera colado por la hipotenusa del enorme Retablo Mayor, y estuviera causando una disfunción entre las numerosas incógnitas de sus góticas escenas neotestamentarias, exponenciales de una matriz llamada Historia.



Por otra parte, no dejaba de preguntarme, si los pequeños arcoíris que reflejaban los vidrios esmaltados sobre el tronco inalterable de las poderosas columnas, serían señales astronómicamente calculadas, que a medida que iban descendiendo por la nave, según el sol ascendía lentamente para encontrarse con su zénit, indicarían algún lugar preciso, que por alguna desconocida razón, fuera importante para los canteros medievales que construyeron la catedral, recordando el axioma de Hermes Trismegisto, relativo a que todo lo que está arriba es igual a lo que está abajo.



¿Habrá un lugar igual entre las estrellas –me pregunté, sin duda zaherido por la curiosidad- donde la oruga haga raíces cuadradas con las volutas de humo de su pipa, el Sombrerero Loco fabrique nártex a granel y el Gato de Cheshire determine longitudes y latitudes, simplemente ayudándose de los bigotes de su moflete?.



Fuera como fuese, cuando abandoné este pequeño País de las Maravillas –la relatividad del Tiempo, siempre me abruma- sólo podía pensar en una curiosa circunstancia: ‘yo soy Alicia. Tú eres Alicia. Y hay un maravilloso Espejo por descubrir, que se llama Mundo’.



Las cosas de juancar347, Madrid, 13 de febrero de 2019



AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.



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