Lugares legendarios de Aragón: alrededores del Moncayo

'El Moncayo es recio y bravío, aunque de perfiles suaves que se van dibujando en el paisaje en una franja de más de veinte kilómetros de largo. Durante gran parte del año la cima principal está nevada y las nieblas mitifican sus laderas.
Sin duda, el macizo ha sido considerado como mágico. Es creencia popular que las civilizaciones clásicas erigieron en lo más alto un templo dedicado a los dioses, quizá a Júpiter. La Virgen del Moncayo, que nos aguarda en su Santuario ubicado a 1600 metros de altura, fue adorada en la Edad Media con la advocación de Nuestra Señora de la Peña Negra, denominación que refuerza las connotaciones misteriosas de esta Montaña Santa.
Mitos, leyendas, tradiciones fantásticas, lugares enigmáticos...'.
[Alberto Serrano Dolader: 'El Moncayo, fantástico, legendario y misterioso', editado por la Diputación de Zaragoza, 1996]

Sábado de madrugada, comienza la aventura. En ésta ocasión, y aunque mi intención es pasar por Soria, mi destino se encuentra más allá de sus fronteras, en la vecina provincia de Aragón. Al contrario que en ocasiones anteriores, el primer café lo tomo en Medinaceli, donde, según tengo costumbre -y algunos es posible que de tanto decirlo, se aburran de escucharlo- reposto y compro la prensa diaria, a excepción de El Heraldo de Soria, que por alguna razón, hace tiempo que no distribuyen en la gasolinera.

A pesar de ser más corto que en ocasiones anteriores, el puente de la Constitución invita al éxodo sin importar las condiciones meteorológicas, de tal forma, que el tráfico en la autovía, aunque fluído, ha sido mucho más persistente de lo habitual.

Para un romántico empedernido, resulta poco menos que imposible pasar por Soria y no detenerse, aunque sólo sea cuestión de cinco minutos, a saludar al viejo Duero y mirar con respeto y devoción hacia la peña envuelta en brumas -cuál Avalon, como diría mi buen amigo Koborron- donde se levanta la entrañable ermita de San Saturio. Cinco minutos de paz y silencio, a excepción del susurro persistente, adormecido y ligeramente triste, quizás, de las aguas de tan emblemático río, y el viaje continúa, acompañado de una fina llovizna que desaparece misteriosamente algunos kilómetros más adelante.

En realidad, por allí mismo pasa la N-122 en dirección a Zaragoza y Pamplona; carretera que no he de abandonar ya en los 90 ó 100 kilómetros, aproximadamente, que me separan de Tarazona, la ciudad natal de un genial cómico español -Paco Martínez Soria- y de esa catedral cuyas obras de remodelación parecen eternizarse irremisiblemente.

Aunque se trata de un viaje a la aventura, propiamente hablando, no deja de tener su sentido y por supuesto, su mística. El desplazamiento, desde luego, merece la pena, sin importar lo enfurruñado que pueda estar el tiempo. Enfurruñado, pues, espero también encontrarme a ese viejo misterioso y gruñón llamado Moncayo, cuya magia se acrecienta, aún más si cabe, con la magia del monasterio cisterciense de Veruela y el extraordinario folklore recogido a lo largo de los siglos por los pueblos de alrededor, entre los que cabe destacar Trasmoz y Vera de Moncayo. Por supuesto, y como se irá viendo a lo largo de las próximas entradas, también persigo fantasmas. Fantasmas que han ido dejando huella de su existencia, y salvo excepciones, sus nombres parecen haber sido devorados para siempre por la vorágine del tiempo. No es el caso, obviamente, de ese lúcido, romántico y enamoradizo poeta llamado Gustavo Adolfo Bécquer, que hace más de un siglo vivió en aquéllas eternas, inolvidables soledades, y además de escribir una obra maestra -Cartas desde mi celda- también compuso himnos inmortales a los elementales que, aún hoy día, no me cabe duda, vagan por los alrededores del Moncayo, desafiando, a todo aquél que se atreva, a descubrir el secreto de su magia.

Es a medida que uno se acerca, cuando siente -o mejor dicho, presiente- que la magia del Moncayo se ve notablemente beneficiada con la magia de los monasterios cistercienses, como el de Veruela. Y si a esto le sumamos la magia personal de un soñador inmortal de la categoría de Gustavo Adolfo Bécquer, el cocktail, sin duda, será de lo más inolvidable y exquisito al paladar.

Pronto quedan atrás poblaciones conocidas, cuyos misterios, apenas entrevelados, tuve el placer de saborear durante los meses de verano: Tozalmoro y su impresionante iglesia románica de San Juan Bautista; Omeñaca, con su iglesia de Nª Sª de la Concepción y la leyenda de los Siete Infantes de Lara; Aldealpozo, punto de partida de la llamada 'ruta de los torreones'; Matalebrera, de donde parte la carretera que conduce hasta San Pedro Manrique y la espectacular magia de sus hogueras de San Juan...Atrás queda también Ágreda, con los testimonios imborrables de su multiculturalidad, su moreneta Virgen de los Milagros, y por supuesto, el cuerpo incorrupto de una de las místicas más grandes del Siglo de Oro español: Sor Mª Jesús de Ágreda, cuyas espectaculares bilocaciones nadie parece poner en duda.

Poco o nada importa, como digo, si a medida que me acerco a mi destino, el Moncayo -huraño para no perder la costumbre y en ésta época del año con canas formadas por blanca nieve en sus cimas más altas- se alia con el tiempo, negándome un guiño de simpatía.

La Aventura, al fin y al cabo, hace horas que ha comenzado y aún va a depararme muchísimos placeres. Os invito, pues, a compartirla a lo largo de las siguientes entradas, agradeciéndoos vuestra visita y sugerencias.


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